Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos; la era de la sabiduría y también la de la locura; la época de las creencias y la de la incredulidad; la era de la luz y también de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación”. Estas líneas, con las que Charles Dickens abre su Historia de dos ciudades, bien podrían haber sido escritas para nosotros y nuestros días. Se me vinieron a la mente luego de escuchar los resultados electorales del pasado domingo: cuántas lecturas, cuántos matices, cuántas maneras distintas de contar una historia sobre los mismos hechos. Acaso como una forma de desahogar mi propia incomodidad ante la ambigüedad y la incertidumbre quisiera compartir con ustedes algunas de las cosas que he sacado en claro y las implicaciones que tienen para lo que está por venir.
A falta de algunas precisiones finales, los resultados son el reflejo de un país que sigue siendo incapaz de decidir entre el continuismo chavista y la aventura de la oposición. Ya sea que se mire a través de los votos directos obtenidos por el Partido Socialista (44%) y la Mesa de la Unidad (41%); según las alianzas que el CNE nos ha hecho el favor de calcularnos con base en una fórmula desconocida (49%- 43%), o aun con las de otros que enfatizan que en ningún escenario el Gobierno ha sido capaz de superar el 50%; estamos de nuevo frente a dos maneras completamente distintas de concebir el país. Y que conste que cuando escribo aquí “el país” no pretendo usar un lugar común para redondear una idea de forma vaga. Me refiero al país en el sentido más amplio pero también en concreto, una referencia a todo el conjunto de interrelaciones que conforman nuestros tejidos. Son dos concepciones diametralmente opuestas en relación con aspectos fundamentales de nuestra experiencia colectiva, cómo se debe gobernar, qué debemos producir y cómo debe ser repartido, hasta dónde debe llegar la responsabilidad del Estado y a partir de dónde empieza el esfuerzo individual. Detrás de estas construcciones se encuentran fundamentos más abstractos, sobre los cuales también existen posiciones encontradas.
Una parte de la oposición se siente inmensamente frustrada por no haber sido capaz de liquidar al chavismo aun a pesar de la evidente impericia e incapacidad de Maduro. Según esta versión, resulta increíble que aún después de la explosión de la inflación, la megadepreciación del bolívar, la escasez, la criminalidad y el estado generalizado de caos y desgobierno en que ha caído el país, aún no seamos capaces de superarlos de forma clara. Yo creo que esta manera de ver las cosas tienen algún mérito y que nos debería llevar, no tanto a hacernos preguntas, sino a hacerles preguntas y a escuchar, para así ser capaces de entender mejor qué piensan quienes siguen apoyando al Gobierno aun en estas circunstancias. Pero hay otra manera de ver las cosas. Según está segunda versión, la oposición se enfrentó sin recursos, sin medios de comunicación, sin cobertura televisiva y sin armas, con un gobierno que controla todo y no tiene ningún pudor en abusar de los recursos del Estado, incluido el CNE, para sacar ventaja electoral. Desde este punto de vista, haber vuelto a ser capaces de terminar tablas, habernos mantenido en pie y recuperado presencia en las principales capitales de Estado del país, era ya de por sí una tarea ciclópea.
La lectura que se haga de los resultados del domingo y de la coyuntura política en general será fundamental para definir la estrategia del futuro. Tengo para mí que si ambas partes siguen jugando a lo mismo, será difícil conseguir resultados diferentes. La oposición ha dado un paso al frente dejando atrás el discurso de “somos mayoría” y reconociendo el hecho público y notorio de que hay que recurrir al diálogo como herramienta para superar la polarización. Creo que con eso le saca una ventaja al chavismo, que sigue encerrado en ese rincón donde, parafraseando a Teodoro Petkoff, ni aprende ni olvida. Aun sin descartar dentro de ese diálogo la opción de sentarse con el Gobierno, a mí el receso electoral me parecía ideal para entablar un diálogo con los venezolanos. El año 2014 será un año económicamente difícil. La ausencia de eventos electorales nos abre la posibilidad de volver a esa sección de Venezuela, ese otro país, que sigue sin sentirse atraído por nuestra oferta electoral. Escuchar, entender mejor sus problemas sin ofrecer soluciones mágicas, acompañarlos a través de ese vendaval. Visto así, la propuesta constituyente, cuyo objetivo es capitalizar el fracaso económico de Maduro a través de otra elección, representa no solo más de lo mismo, sino además una oportunidad perdida.
Miguel Ángel Santos