Se reúnen en el antiguo edificio del Anauco Suites, traen invitados internacionales, tienen presupuesto, nómina, escritorios y hasta un par de estanterías con libros. Misión: Definir qué es el socialismo del siglo XXI, darle cuerpo, buscarle un hilo conductor a toda esta suerte de hechos deshilachados, contradictorios, que ocurren en diferentes planos, tiempos y espacios. Algunos se aproximan de forma inductiva, se esfuerzan por ensamblar una espina dorsal capaz de mantener unidos al militar que atiende la recepción de PDVSA Gas en La Urbina (“tenga paciencia, los compañeros de la cooperativa de instalación están haciendo lo mejor que pueden”) con el Audi de Jorge Rodríguez. Algún otro asoma el síndrome del mesías: “¡Aquí se está haciendo una cosa que yo ya inventé, pero nadie lo sabe!”.
Es probable que toda esta inmensa masturbación mental tenga un origen genuino, es posible que detrás haya una motivación real por dar a luz a un nuevo conocimiento. Pero también es posible que este laboratorio de reciclaje de óxido ideológico no tenga otro objetivo que entretener, alimentar el discurso oficial, y, por encima de todo, presentar el me-dio-la-gana y el se-me-ocurrió-anoche como resultado de la decantación de un largo proceso de reflexión colectiva.
Todos estos personajes recuerdan a Juan Pablo Castel, en El Túnel de Sábato: “Aquél breve acceso de felicidad no iba a aguantar uno solo de mis análisis lógicos”. Uno afirma: “No se puede aplicar el socialismo con los niveles de ignorancia, hambre, y corrupción que existen hoy”. Es decir, para combatir esos males el socialismo no sirve. Es necesario reducir la pobreza, el hambre, la ignorancia y la corrupción a través de otro sistema (¿el capitalismo?), y luego sí, a repartir, hasta que se acabe la riqueza, y así sucesivamente. La condena de Sísifo.
Otro afirma que se están tratando de corregir los efectos del “colapso del capitalismo rentista”. El modelo capitalista colapsó, eso lo dice Asdrúbal Baptista y lo certifica nuestra desgraciada vida republicana. Ahora bien, ¿qué han sido estos ocho años, si no un esfuerzo por mantener vivas las cenizas del viejo sistema, por entronizar el Estado repartidor, el que financia a punta de transferencias e importaciones la destrucción del aparato productivo nacional? ¿Qué nueva industria ha surgido en Venezuela, qué diversificación del hecho petrolero, qué se ha hecho en estos ocho años, que no sea espejo de los últimos treinta?
Toda la discusión se encuentra plagada de todavías, de en-esta-fase, de por-el-momento. “En esta fase, sobrevivirá la empresa privada”. “Algunos exigen expropiaciones y nacionalizaciones, pero todavía estamos en la etapa de los grandes cambios sociales”. “Ha quedado claro que en esta primera fase sobreviven el capital y la propiedad privada”. Ese eterno mientras tanto, ese por ahora en el que ya de por sí solemos vivir los venezolanos, entronizado por el discurso oficial. Suficiente para mantener bien lejos a la inversión privada. Cualquier cosa que vaya a ser, no será todavía. Todo lo que hoy es, por algún tiempo, seguirá siendo. Hay ahí un espacio, una oportunidad para proponerle al país una discusión más seria, un modelo diferente.
Miguel Ángel Santos