Se despide de mí con un gesto vago, apenas a media entrada, y se va corriendo a la fila. A mí me gusta quedarme detrás del cordón, viéndolo dar los primeros compases de la mañana, observando cómo empieza a tejer su nuevo día. Hoy es un día especial. Llegó un poco más eufórico que de costumbre, desde lejos lo puedo intuir tratando de explicarle a los demás niños, que ahora se agolpan a su alrededor con sorpresa. Alcanzo a oír algunas palabras sueltas: Táchira, Caracas, estadio Olímpico, Venezuela, Wilker Angel. Los demás lo miran confundidos, mientras él trata de explicarse mejor. Está en eso de construir las frases con cuidado, con amplios gestos de las manos que procuran guiar el razonamiento (una herencia del abuelo), cuando desaparece por la pequeña puerta que conduce a los salones.
Ayer, como ha ocurrido con todos los clásicos desde que salimos de Venezuela, me hice con un vínculo en internet, lo conecté a la pantalla del televisor y nos sentamos al frente. Es una suerte de ceremonia. Mientras transcurre el partido repasamos quiénes somos, de dónde venimos, cuáles son nuestras verdaderas aficiones. Así procuro mantener viva en su mente, acaso más en su imaginación, la identidad perdida. Hace unos meses tuve la oportunidad de visitar a mi buen amigo Rafael Osío Cabrices, ahora establecido en Montreal. Mientras hablábamos, noté que Rafael dejaba colar aquí y allá en sus parlamentos “soy un escritor”. A falta de la confirmación diaria externa de la identidad propia que nos proveía antes el entorno, sólo nos queda repetirnos a nosotros mismos.
Es eso mismo que hacemos nosotros hoy. Somos venezolanos, de Valencia, pero siempre hemos sido aficionados al Táchira. Siendo de la provincia a uno se le hace muy cuesta arriba arrimarle a equipos de la capital. Papá se hizo fanático del fútbol venezolano por el abuelo, que a su vez era del Deportivo Galicia. Era la época en que nuestro fútbol era un fútbol de colonias. Por aquellos días, el Táchira era el único equipo venezolano capaz de plantarle cara a cualquier en la Copa Libertadores de América. Así se fue procreando nuestra afición, alimentada por la victoria 3-2 sobre Independiente en San Cristóbal, o los tres goles de Carlitos Maldonado contra Sol de América, la victoria 1-0 sobre el Internacional de Claudio Taffarel, aquél gol del indio Laureano Jaimes. Le explico a donde se ubican las barra del Caracas y del Táchira, y le señalo en dónde nos sentábamos nosotros: Aunque éramos del Táchira, íbamos siempre a la tribuna principal. El año que Táchira jugó en el Brígido Iriarte del Paraíso nos sentamos en la Superior Este, arriba de la que tenían ocupada los damnificados del deslave de La Guaira.
Mientras le voy explicando de nuestra vida, el partido va trenzando la suya. Táchira salió convencido, pero tras el gol del Maestrico le cedió el terreno al Caracas. Son cuestiones de Farías, siempre rácano en el planteamiento, siempre echando cuentas. A falta de calidad, el Caracas sobra al Táchira en organización y planteamiento, cortesía de Eduardo Saragó, y también en fe, en ganas. Se lo creyó y se nos vino encima. El fútbol es así, es un acto de fe, un creérselo y un arrumar voluntades. Caracas lo empató y a falta de diez se fue arriba, con merecimiento. Y fue ahí donde salió el temperamento de Táchira, ese que el técnico no acierta a comprender. Aprovecho la ocasión para recordarle que somos así, que no nos vamos a rendir, que no importa el ruido que metan los de afuera, uno siempre tiene que dejarlo todo, y luego sacar cuentas. No al revés. Y entonces el Táchira se transforma, se vuelve más corazón que fútbol. En diez minutos es capaz de lo que no ha podido hacer en ochenta. La tiene primero el Zurdo Rojas, y más adelante una doble ocasión de Javi López. Baroja es, sin ninguna duda, el mejor portero de Venezuela por estos días. Ya en el descuento Gerzon Chacón recupera un balón imposible atrás y lo cuelga a más de sesenta, setenta metros. No hay tiempo para más. Mosquera lo recoge y de manera aparatosa lo pone al centro, a donde aparece Wilker Ángel. Ya el Táchira es campeón. Lo celebramos de a dos, entrados los primeros compases de la madrugada, sin ninguna otra compañía, apenas interrumpidos por la llegada de los Mossos de Esquadra (los mosus, como se dice aquí). Los vecinos los han llamado alarmados, a esta hora no hay ningún partido rodando que justifique esos gritos; el último del domingo, el Getafe-Rayo Vallecano, terminó hace varias horas. Tras despedirlos ya sólo queda la vuelta olímpica. Caracas-Táchira, nada como un Caracas-Táchira. Con el cuchillo en los dientes, puro corazón, luchando siempre hasta el final. Mejor heridos que dormidos. Así también somos nosotros, así es Venezuela.
Miguel Ángel Santos