Con el proceso político venezolano aproximándose lentamente hacia su cataclismo, surge la urgencia, acaso también la obligación, de dedicarle tiempo y energía a pensar cómo vamos a reparar el andamiaje. Es una tarea comprensiva que a ratos provoca desánimo, pues pareciera que no hay nada que pudiera tenerse en pie, nada que pudiera heredarse, nos ahoga la impresión de que todo queda por hacer. Y qué duda cabe de que es así. El chavismo ha arrasado con todo vestigio de institucionalidad, de funcionalidad, con toda lógica, con el entramado de los incentivos y ha terminado por dar al traste con las ganas de hacer las cosas bien. En esas condiciones la primera idea que viene a la mente es que hay que reformarlo todo, hay que refundar a la nación y hacer una suerte (otra vez) de caída y mesa limpia. Permítanme argumentar en contrario.
Ya a estas alturas está ampliamente documentado qué aspectos diferencian una reforma exitosa de otra que no lo es. No sólo se trata de aprender en cabeza ajena, también hemos acumulado ya alguna experiencia, predominantemente en lo que respecta al qué no hacer. En cualquier caso, las reformas “integrales”, las que procuran traer al país las “mejores prácticas” de otras partes, con la intención de “enviar señales claras”, tienen una probabilidad muy baja de traducirse en buenos resultados, o lo que viene a ser lo mismo, de sostenerse. Con frecuencia, en la euforia que produce el cambio, se procura demasiado, se dice que “Venezuela no volverá nunca a ser la de antes”, y se ignoran no sólo las circunstancias particulares que las hacen más o menos posibles, sino también los problemas específicos de la gente que deben ser el objetivo último del proceso de reforma. Esa acaso sea una razón más para dedicarle ahora algún tiempo a esta tarea, lejos de la urgencia que trae consigo la posibilidad del poder.
¿Y qué caracteriza a las reformas exitosas? Tres cosas. Se centran alrededor de problemas específicos. Analizan el contexto particular que rodea al problema, y buscan soluciones posibles dentro de esa circunstancia (el contexto no se suele adaptar a las soluciones, las soluciones se deben adaptar al contexto). Por último, incorporan en el diseño e implementación de soluciones o coaliciones amplias de grupos interesados en resolver el problema (lo que a su vez da origen a la regeneración de la institucionalidad).
Cuando se les mira en conjunto, las características de las reformas exitosas suelen dar importancia al contexto, a lo posible por encima de lo perfecto, y a la participación colectiva. De lo pequeño, la solución de problemas específicos, las coaliciones alrededor de la solución de los problemas, se pasa a estructuras más amplias como la ley y las instituciones (no al revés).
La economía no es la excepción. A estas alturas, dada la desastrosa experiencia nuestra en los últimos cuarenta años y el éxito de nuestros vecinos latinoamericanos, está muy claro a dónde queremos llegar. Ahí no creo que haya demasiadas divergencias, y cuando las hay, surgen alrededor de aspectos más técnicos que no son esenciales. El problemas está en cómo vamos a pasar de aquí hasta allá. Es ahí a donde los lineamientos que he propuesto arriba pueden resultar útiles.
No podemos cambiarlo todo. Hay que identificar cuáles son los principales obstáculos y diseñar soluciones que, si bien no los corregirán de inmediato, sean pasos orientados en la dirección correcta. Algunas de las cosas en las que pensamos en las dos campañas electorales anteriores iban en esa dirección. Tómese por ejemplo el control de cambio. Es, a la vez, uno de los obstáculos más grandes en términos de fomento a la corrupción y desincentivos a la actividad productiva. Pero es difícil saber si al terminar de venirse todo abajo estaremos en condiciones de levantarlo del todo. Por esa razón, habíamos pensado en un mecanismo intermedio, que levantaba el control sobre las operaciones de cuenta corriente (exportaciones e importaciones) con un sistema de verificación aleatoria posterior a la importación y fuertes penalidades; manteniendo la cuenta de capital cerrada en el corto plazo. No soluciona el problema de entrada, se mantienen los incentivos a la sobrefacturación de importaciones como mecanismo para sacar dólares, pero iría alineando los precios relativos de forma gradual y permitiría al nuevo gobierno más flexibilidad para decidir el ritmo de la reforma según el beneficio de la duda que le den los agentes económicos y la comunidad financiera internacional.
Otro problema urgente es la inflación y su origen está en el Banco Central. Allí está la fuente de muchos de nuestros males (y no precisamente en los técnicos). Comprometer al Banco Central a reducir la inflación a un dígito en el corto plazo o a mantener cierto patrón cambiario versus alguna otra moneda, es una reforma loable, poco creíble y con muy pocas posibilidades de éxito (si sobrevive la reforma, será difícil que sobreviva el gobierno). Aquí hace más sentido comprometerse con algo posible, con una combinación de crecimiento e inflación (expresada a través de una meta de PIB nominal) que le permita al nuevo Directorio más flexibilidad en el ajuste a situaciones inesperadas potenciales (cambios en los precios del petróleo). La inflación y el crecimiento son dos bienes (un mal y un bien), y como suele suceder, una combinación de los dos suele proporcionar más bienestar que puntos extremos.
También es verdad que hay casos de reformas en áreas complementarias, en donde progresar en un sentido no conduce a ninguna parte si no se progresa en otro. Cruzan las mismas personas al otro lado cuando no hay puente, que cuando hay medio puente. Es el caso del control de cambio y el de tasas de interés. Levantar el control no tiene sentido si se mantienen las pérdidas forzadas a los ahorristas. La gradualidad en el sistema cambiario debe ir acompañada de un programa para estimular el crédito productivo, sacar a la banca progresivamente de su exposición a los bonos del Estado, y permitir que las carteras dirigidas (gavetas) vayan caducando en el tiempo. Como nos decía un avezado banquero por aquellos días, la banca es una industria que aguanta casi todo de a poco, y casi ninguna cosa de forma repentina.
No pretendo ser exhaustivo aquí, sólo quise exponer ejemplos de soluciones a problemas específicos, con base en el contexto actual, y la necesidad de generar grandes coaliciones alrededor del diseño y la implementación. Es una tarea pendiente en todas las áreas de políticas públicas que tienen que ver con los problemas de la gente. Es una tarea urgente, porque no creo que llegados allí tengamos mucho tiempo para deliberar, y porque es más fácil crear consensos amplios cuando no existe la posibilidad inminente del poder. Le tengo más fe a un proceso de ese tipo, que a una nueva refundación de la República.
Miguel Ángel Santos