La atención y dedicación que exige la realidad de Venezuela a sus ciudadanos no deja espacio para pensar, ya no digamos en el futuro, sino en los próximos meses. La intensidad y frecuencia con que ocurren acontecimientos extraordinarios no deja espacio sino para lo inminente, para la inmediatez. Aquí en Venezuela en pocos días se ensambló y aprobó el aumento del IVA, un tema tradicionalmente escabroso que dio lugar a numerosas discusiones en el pasado; Tobías Nóbrega decidió jugársela a Rosalinda con una dudosísima – por decir lo menos – colocación de bonos; el gobierno intentó un asalto al BCV y fue repelido por el directorio. En una semana un malandro golpeó por la espalda a Henrique Salas, la Guardia Nacional atropelló a miembros de la oposición en Chacao, se acordonó la Carlota y aterrizaron diez helicópteros militares, robaron a punta de pistola a un equipo de Globovisión, y destrozaron el vehículo en el que viajaban sus reporteros.
Mientras todo eso sucede, el panorama económico de corto plazo se ensombrece, pero ya nadie tiene chance ni ánimo para mirar al futuro. ¿Qué fue lo que causó los resultados económicos de este año? Tres factores principales. El primero fue la inmensa magnitud de la deuda interna. Venezuela entró en el año 2001 con una deuda de 10.5 billones de bolívares, 350% mayor a la que se recibió en 1998 (corrigiendo por inflación venezolana el aumento es de 260%). El segundo factor es el pésimo perfil de madurez de esa deuda, con más de 30% venciéndose en el año 2002. El tercer factor es la inmensa desconfianza de los agentes económicos en Chávez y su comitiva actual. Esa desconfianza cierra el acceso a los mercados internacionales para refinanciar la deuda que se vence cada año. Esa desconfianza hace que los banqueros venezolanos no quieran seguir prestándole al gobierno por temor a un default que produzca un descuadre de liquidez entre las demandas de los depositantes y los activos de la banca. Esa desconfianza derrumba la demanda de bolívares y estimula a los agentes económicos a proteger sus ahorros colocándose en dólares.
Todos y cada uno de estos factores le han causado al gobierno una crisis de financiamiento con unos precios petroleros que van a promediar más de 21 dólares por barril en el 2002. Ninguno de esos factores es probable que cambie para el 2003.
La magnitud de la deuda interna para el próximo año va a seguir siendo una pesada carga para el gobierno. Más aún si para lo que resta de año se refinancia los vencimientos (2.6 billones de bolívares) con papeles del tesoro a muy corto plazo. Sin considerar esta alternativa, ya en el 2003 se vencen 3 billones de bolívares de deuda interna. La posibilidad de que el gobierno de Chávez logre cambiar las expectativas de los bancos nacionales, de los venezolanos, y de la banca internacional, es cada vez menor.
En adición a todo esto hay algunos agravantes. Las utilidades cambiarias que se derivan de la inmensa devaluación ocurrida en el 2002 van a ser repartidas al cierre del ejercicio económico. El gobierno, agobiado por sus propios errores y haciendo espejo del cortoplacismo de la calle, sólo piensa en la llegada de ese dinero, y en la posibilidad de ponerlo a circular. No entiende que, en el fondo, más allá de si las utilidades cambiarias existen o no, más allá de los métodos contables que las generan, y de la frecuencia con que se distribuyen; esos bolívares adicionales en la calle bajo la situación actual van a volcarse contra el mercado cambiario. Y si no hay mercado cambiario (porque se implementa un control), se van a volcar contra el mercado local de bienes (inflación). Pero lo cierto es que ese dinero que se deriva de las utilidades cambiarias no va a generar la confianza que hace falta. En el fondo no es la economía Presidente, es la falta de confianza. Es usted.
Miguel Angel Santos