Gerard Depardieu y la integración de Europa

Gerard Depardieu y la integración de Europa

El Universal

Se han escrito muchos modelos matemáticos para tratar de ilustrar las dificultades de contar con una moneda común, sin tener integración fiscal ni libre movilidad laboral. Pero no hay nada como un ejemplo sencillo y aterrizado para transmitir una idea. Hace un par de semanas el actor francés Gerard Depardieu adquirió una casa y fijó su residencia en el pequeño municipio belga de Néchin (2.053 habitantes), a menos de un kilómetro de la frontera con Francia. ¿Por qué? La respuesta es fácil: Depardieu viene huyendo de la retórica “que paguen los ricos” del régimen socialista de Francois Hollande. Bélgica no es precisamente un paraíso fiscal: Sus tasas de impuesto sobre la renta van desde 25% a 50% con un recargo municipal que puede situar el tope en la vecindad de 60%. Pero cualquier cosa es más favorable que el impuesto extraordinario de 75% que Hollande ha introducido para ingresos superiores al millón de euros anuales. “Nuestro verdadero adversario no tiene rostro, no hace campaña, nunca presentará su candidatura y, sin embargo, nos gobierna. Es el mundo de las finanzas”. Depardieu no esconde sus motivos. “Francia ha tomado sus decisiones y quiere que otros carguen con las consecuencias”.

La discusión toca aristas mucho más amplias que la competencia tributaria entre ambos países. Dirían los más liberales (en el sentido europeo de la palabra) que la integración obligará poco a poco a los países a ir uniformando sus impuestos, que precisamente es la libre movilidad de capitales la garante de que el equilibrio fiscal se produzca de manera automática, como consecuencia del mecanismo natural del mercado. La teoría en este sentido es impecable, y culmina con un hermoso y frágil equilibrio (ya lo decía Anatole France: el equilibrio de todas las cosas hermosas es muy frágil). Pero en la práctica no funciona así. Veamos por qué.

Cada uno de los ciudadanos de Europa posee una dotación de capital y una capacidad de trabajo. En la medida en que se es más pobre, el patrimonio se concentra en la capacidad de trabajo; en la medida que se es más rico, en el capital. Ahora bien: ¿Cuántos ciudadanos europeos tienen el capital para comprar una casita a un kilómetro de la frontera y establecer su residencia allí, para aprovecharse así de los regímenes fiscales más favorables? Muy pocos. Vayamos al trabajo. Aunque dentro de la Comunidad Económica Europea está garantizada la libre movilidad laboral (presumiblemente se moverán a donde sus conocimientos y capacidades sean mejor valoradas), está bien documentado el hecho práctico de que la movilidad es muy baja, depende de forma directa del nivel de instrucción. Esto quiere decir que trabajadores menos calificados se movilizan mucho menos, en parte porque la movilización en sí misma tiene un costo inicial alto, en parte porque dentro del sector de mano de obra no calificada las ofertas de trabajo se desconocen, no hay cómo hacer el match a distancia. Y luego está el idioma. Por eso las tasas de desempleo entre los países de Europa son tan diferentes, aun cuando los trabajadores son libres de ir de un lugar a otro. Este fenómeno también es cierto dentro de los países: En España coexisten el desempleo de Andalucía (35%) con el del País Vasco (14%). ¡Los trabajadores menos calificados no se mudan aún dentro del propio país!

Por todas estas razones, va a hacer falta mucho más que el mecanismo de mercado para equilibrar tasas impositivas y salarios a través de Europa, y mientras prevalezca la crisis, lo más probable es que las diferencias deterioren la distribución del ingreso. Y es que ésta es otra de esas áreas en donde la teoría se parece mucho a la práctica nada más en teoría. En la práctica no se parece.

Disponible en:

http://www.eluniversal.com/opinion/121223/gerard-depardieu-y-la-integracion-de-europa

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