El resultado más importante del domingo resulta de sumar los votos a nivel de gobernación (tomando Libertador, sin incluir Alcaldía Mayor, para evitar el doble conteo en Miranda). Visto así, el gobierno sacó 5.457.630 votos, por 4.107.000 de los candidatos de oposición. Esta es la cifra que ha repetido Müller Rojas, la que manoseó Chávez, más de un millón trescientos mil votos de diferencia. No incluyen allí los 810.257 votos de los candidatos disidentes (Julio César Reyes, Lenny Manuitt), o de aquellos imposibles de identificar como gobierno, oposición o disidencia (Claudio Fermín, Augusto Uribe). Si esos votos se agrupan en dos categorías, pro-gobierno (5.457.630) o anti-gobierno (4.917.257), la diferencia se reduce a 52,6% – 47,4%. Ahí, ahí. El deterioro que se nos viene encima, no tanto por la caída en los precios del petróleo sino por la mezcla de ignorancia, irresponsabilidad e improvisación predominante en la política económica, podría dar ese empujón final.
¿Es válido verlo así? Depende del tipo de elección. Quizás no sea un buen espejo para una presidencial. Pero sí sería válido para cualquiera de las elecciones que le encantan al nuestro: Chávez vs. Chávez. En una eventual consulta por la reelección indefinida ese 47,4% sería un buen piso, pues habría que sumar (o restar) a aquellos que, aún votando por el gobierno el domingo, rechazan la presidencia vitalicia. Con quedarse en su casa tienen. Habrá que buscar otra vía. Si el domingo se hubiesen elegido representantes a la Asamblea Nacional, la oposición hubiese quedado a tiro de la mayoría.
El gobierno ha arrasado en el interior, principalmente con candidatos y liderazgos surgidos de las regiones. Ese también es un triunfo de la descentralización. Allí la oposición tiene que asumir el reto de renovar su liderazgo. Si bien Antonio Ledezma fue capaz de reinventarse, en muchos otros casos los candidatos de la unidad resultaron ser verdaderos cadáveres políticos; se dieron una vuelta por ahí, para saludar gente y tomarse un marroncito, para salir vapuleados en varios casos con menos de 30%.
Chávez ha pulverizado a la disidencia, quienes trataron de venderse como un poco de allá y otro poco de acá apenas sumaron 7,8% de los votos. Aún así, ese grupo le hace una falta enorme a la oposición. Queda por ver si terminan de cruzar al charco (a-la Ismael García), o si prefieren pagar el altísimo precio que Chávez les va a cobrar por la traición.
Otros que han perdido mucha credibilidad en este proceso son los encuestadores. La diferencia con que ha ganado la oposición sus espacios es mucho mayor que los márgenes de error de los instrumentos de medición. El jueves en la tarde dos de las más serios afirmaban que “lo único seguro era Nueva Esparta”. ¿Y entonces?
Comienza un nuevo día. Al igual que en diciembre pasado, la falsa magnanimidad y gallardía oficial serán seguidas pronto por un ataque frontal, por un saboteo constante. Se requiere de un esfuerzo gerencial ciclópeo en los espacios que se han ganado. Todo queda por hacer. Aún así, el 23-11 le ha puesto los límites de la anhelada mayoría a quienes se oponen al gobierno, si no al alcance de la mano, sí por lo menos a la vista.
Miguel Ángel Santos