Traté de todas las formas posibles de sacarle al cuerpo al espacio de esta mañana. Dejé repicar el teléfono. Pedí una de esas prórrogas inaceptables. Al igual que a la mayoría, me cuesta mucho sacar algo en claro de todo lo que ha pasado desde el 23-11. O quizás uno sí saca cosas en claro, pero no las termina de aceptar. “Podría ser así, claro, pero también podría ser de otra forma”. Después de todo, aquí en Venezuela todo es relativo, todo se ajusta, todo se interpreta (si no mírese las encuestas). Ese es, si es que acaso tiene alguno, el valor que se le puede atribuir a las recopilaciones de artículos de opinión (sin editar): Cada quien escribe en su momento, no interviene el beneficio del tiempo ni la memoria tendenciosa a tender puentes entre lo que ocurría entonces y lo que terminó por ocurrir.
No le veo mucho sentido a insistir de forma obstinada en lo que ocurrirá en 2009 si los precios del petróleo no se recuperan. Como hay gustos para todo, sé que un grupo nada despreciable anda por allí frotándose las manos, “vamos a ver qué hacen con el petróleo a 40”, “así lo quería ver”, etc. No conformes con disfrutar en privado del beneficio de su retorcidísima función de utilidad, se han dado a la tarea de hacer extensivas sus premoniciones en cualquier medio de comunicación en donde les den cabida. Vienen a predecir el pasado. Sí, a estos niveles de precios no nos alcanza para cubrir las importaciones ni siquiera de este año, ni para seguir manteniendo el paralelo, ni el gasto público. La devaluación oficial (o la depreciación del paralelo) tendrá un enorme impacto sobre la inflación, en un país que depende cada vez más de las importaciones para suplir esa parte del aparato productivo privado que desaparece, se evapora, se estatiza o se muda, cada año. Ellos por un lado y por el otro el Presidente, diciéndole a la gente que sí, que esto nos va a afectar, pero que ahí está él, para restearse con ellos hasta el final, para ver cómo le hacemos frente. Aunque tengamos razón, necesitamos un discurso distinto. A la revolución, firmemente afincada hasta ahora en la distribución de la renta petrolera, no le quedará otra que pasar a la redistribución.
Tampoco tiene sentido esforzarse por explicar por qué esa crisis se hubiese podido evitar, repetir que de haberse mantenido el FIEM, hoy tendríamos a la vista de todos más de cien mil millones de dólares en fondos públicos (claro, ni el gasto público, ni el fenomenal boom de consumo hubiesen sido posibles). No sé los demás, pero yo no tengo ganas de explorar esa línea discursiva y terminar sonando a Uslar Pietri.
Por estos días ya ha empezado de nuevo la guerra de tahúres, las encuestas aquí y allá, las dudosas cuentas sobre los resultados electorales según la cual “ya somos mayoría” (a mí me sigue dando, ya con el 100% de los votos, 52,7% – 47,3% a favor del gobierno). Ese no es el punto más importante. La clave es que mientras sigamos siendo una mitad enfrente de la otra, tres por ciento más, tres por ciento menos, es muy poco probable que tengamos una Navidad en paz. Esto no termina ni aquí, ni en febrero. Y bueno, sí, de repente era mejor que no me hubiesen aceptado la prórroga.
Miguel Ángel Santos