¿Y ahora qué va a pasar? Depende. Depende de qué queramos hacer con los resultados del domingo. Depende de nuestra capacidad para aceptar la realidad. El país no se acabó. Hay una opción para quienes todo esto resulta demasiado difícil de tragar: De la vida uno no se puede bajar (y seguir vivo), de Venezuela sí. Siendo así, la pregunta clave es: ¿Qué estoy yo haciendo aquí, que no pueda hacer en otra parte?
Hay un pequeño grupo que se ha dedicado estos últimos días a diseñar calumnias y conspiraciones, y circularlas de forma obsesiva a través de internet. Este extraño pasatiempo parece darles, además de un placer morboso, un absurdo sentimiento de deber cumplido. La mayoría de esas notas están acompañadas de descalificaciones del (los) líder(es) de la oposición, y van rematadas con alguna cita filosófica. En este último rol se han alternado desde Bolívar (“los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”, como si esto no los incluyera), hasta la UCAB (las citas del estudio Detrás de la Pobreza, sacadas de contexto con la intención de impregnarlas de un tufo racista).
Un grupo mucho más grande está haciendo un esfuerzo por lidiar con los tonos grises de estos resultados. La oposición es minoría, sí, pero tampoco tiene el gobierno esa mayoría aplastante que hoy exhibe la Asamblea Nacional, las gobernaciones y alcaldías del país, o el simple devenir cotidiano de la administración pública. Cuatro millones de votos son demasiados como para seguir sintiéndonos a merced de Chávez. Ahora el reto consiste en sacar el mayor provecho posible a ese 37%, algo difícil de concebir fuera del ámbito de la actividad política. Esto nos trae de vuelta al comienzo: Hacer una diferencia a través de la participación política es una de las tareas, una de las posibilidades, si no la única, que hace que valga la pena quedarse en Venezuela.
Este año se cumplieron cincuenta años de la publicación de Venezuela, Política y Petróleo. Se me fue el año entero en escoger el mejor momento para escribir una breve nota, un recordatorio, acaso una simple acción en oposición simbólica a este ansia por rebautizar todo, los parques, las plazas, las fachadas de las instituciones, por privar al país de su memoria e implantar en nuestra conciencia la convicción de que existimos desde 1998. Los resultados del domingo y el ambiente que se respiró durante los días siguiente me trajeron de vuelta. Escogiendo con pinzas entre las más de ochocientos cincuenta páginas, decidí quedarme con una breve sección del prólogo a esa primera edición, escrito en Diciembre de 1955.
“Llevo a Venezuela en la sangre y en los huesos; me duelen sus dolores cotidianos, y cuando se trata de hablar de ellos sería un farsante si jugara a la comedia de la imparcialidad. De allí la pasión confesa con que analizo los problemas de mi país. Dirán algunos que con esa actitud ‘nada se saca’. Y podría contestarles con palabras de otro gran apasionado, Miguel de Unamuno, a quien también le dolía su España: ‘Pero es que no vamos a sacar, sino a meter; a meter; a enfresar nuestra alma en la de los que la tienen dormida, o acaso muerta, y que viva allí, y allí, hecha como un óleo, arda y alumbre. Que no hay luz sin fuego”.
Miguel Ángel Santos