A pesar de que los precios del barril petróleo venezolano promediaron en Marzo 30.57 dólares, fue precisamente al finalizar ese mes cuando se incrementó la presión del ejecutivo sobre el Banco Central de Venezuela, solicitando una vía expresa para disponer de las reservas internacionales. En otras palabras, ni las nuevas operaciones de deuda, ni los altos precios petroleros, son ya suficientes para permitirle al gobierno cancelar sus compromisos de deuda y mantener el gasto público.
Este es un detalle esencial en un país en donde la única gasolina que impulsa al crecimiento es el gasto público. En otras palabras, aquí las empresas no están invirtiendo, contratando y capacitando trabajadores, preparándose para una nueva de era de prosperidad y crecimiento. No, no es así. Aquí, la sección del aparato productivo privado que sobrevive la pérdida de 18% de actividad económica que sufrió el país en los últimos 24 meses, sólo utiliza la capacidad ociosa ya instalada, y los trabajadores ya contratados (que no puede despedir por la inamovilidad laboral), para responder tímidamente a los impulsos de demanda que genera el gobierno a través del gasto público.
Para muestra un botón: De los últimos cinco años, los únicos dos en los que ha habido crecimiento fueron 2000 y 2001. En esos años, a punta de deuda interna y altos precios petroleros, el gobierno incrementó el gasto público en términos reales (por encima de la inflación) 27.6% y 14.2%, y el país en su conjunto apenas creció 3.2% y 2.8% respectivamente. Ese gigantesco impulso de demanda se diluyó casi completamente en un ambiente muy adverso a la inversión, y a la actividad económica privada en general.
En esos dos años el gobierno tomó la incómoda decisión de sufrir una mayor fuga de capitales, en beneficio de una menor inflación. Así transcurrieron los años 2000, 2001, y buena parte del 2002, con una inflación moderada entre 12% – 14%, cortesía de las fugas de capitales que secaron los bolívares ociosos de la economía venezolana, totalizando treinta mil millones de dólares en el trienio.
A finales del año 2002, la huelga general y la situación política indujeron al gobierno a controlar la compra de divisas, tomando una decisión no menos incómoda que tres años antes: Bajar la fuga de capitales a costa de una fuerte aceleración de la inflación.
Así, el 2003 transcurrió en medio de un control de cambio que represó los bolívares que el gobierno lanzó (con menor fuerza que en años anteriores) sobre la economía. Cerramos ese año con una fuga de capitales muy baja, pero con una inflación de 27% a nivel del consumidor y 48% a nivel del por mayor.
Ese es el país que seguimos teniendo en el año 2004 y el que tendremos mientras los gobiernos de turno no se las arreglen para generar credibilidad suficiente como para promover la inversión privada, mientras no seamos capaces de promover la creación de un sector privado verdaderamente productivo con capacidad para competir en los grandes mercados internacionales. Eso sí, mientras los precios petroleros lo permitan. Cuando lleguen a niveles similares a los alcanzados en el primer trimestre del 2002 (16 dólares por barril), nuestra economía se va a parecer a un carro rodando en “empty”, y no va a haber elección. Va surgir una contracción brutal que, acompañada por las reformas que hoy se quieren introducir en relación con el financiamiento monetario, van a colocarnos en la vecindad de la hiperinflación. ¿Será que alcanzamos a percibir y comunicar la posibilidad cierta de una catástrofe de ese tipo, y nos las arreglamos para generar un cambio? Eso, o el lamento de Job: “Lo que yo tanto temía, finalmente me ha acaecido”. Amanecerá y veremos.
Miguel Angel Santos