Venezuela cerró esta semana una operación de descuento de deuda con República Dominicana. Recibimos 1.933 millones de dólares hoy a cambio de una deuda que tenían con nosotros por 4.027 millones que vencían en poco más de una década. Decidimos cobrar 48% de lo que nos debían hoy (y renunciar al 52%), en lugar del 100% en diez años. Es decir, les financiamos parte de nuestros envíos de petróleo a largo plazo al 1% de interés, y luego salimos desesperados a mendigar efectivo, aunque apenas cobremos algo menos de la mitad. Desde cierta óptica, ha sido una operación favorable. Y es que, por estos días, conseguir dinero les costaría bastante más que la tasa de descuento anual implícita en la operación. Así es la revolución. Es una estafa permanente; te obliga a escoger entre perder más o perder menos, entre una tasa de interés (esa sí) exorbitante y otra mayor, para terminar quedándose al final con la bolsa y la vida. Y así, poco a poco, a mordiscos, va desapareciendo el patrimonio de la nación. Es una suerte de cavar para salir del hueco que no tiene fin.
Venezuela cerró esta semana una operación de descuento de deuda con República Dominicana. Recibimos 1.933 millones de dólares hoy a cambio de una deuda que tenían con nosotros por 4.027 millones que vencían en poco más de una década. Decidimos cobrar 48% de lo que nos debían hoy (y renunciar al 52%), en lugar del 100% en diez años. Es decir, les financiamos parte de nuestros envíos de petróleo a largo plazo al 1% de interés, y luego salimos desesperados a mendigar efectivo, aunque apenas cobremos algo menos de la mitad. Desde cierta óptica, ha sido una operación favorable. Y es que, por estos días, conseguir dinero les costaría bastante más que la tasa de descuento anual implícita en la operación. Así es la revolución. Es una estafa permanente; te obliga a escoger entre perder más o perder menos, entre una tasa de interés (esa sí) exorbitante y otra mayor, para terminar quedándose al final con la bolsa y la vida. Y así, poco a poco, a mordiscos, va desapareciendo el patrimonio de la nación. Es una suerte de cavar para salir del hueco que no tiene fin.
El país se encuentra en un estado general de parálisis. Entre el enorme rechazo a Nicolás Maduro y la confianza en la oposición como alternativa se abre una enorme avenida. Es uno de esos vacíos políticos pariente de aquellos que vino a llenar Hugo Chávez, acaso también Podemos en España, y de los que podría resultar cualquier cosa. La oposición tiene la oportunidad única de dar un paso al frente, de presentarse como verdadera alternativa de gobierno, de ofrecer un programa coherente que de manera asertiva aproveche el enorme fracaso de la revolución para advertirle a la gente que desde hace tiempo nos vienen vendiendo los remedios equivocados. Es uno de esos momentos en los que uno se pregunta, una y otra vez: Si no es ahora, ¿cuándo?
Pero he aquí que la oposición también pareciera haberse camuflado en ese estado de parálisis que exhibe el gobierno. Existe cierto temor a que el costo de la colosal crisis económica en la que estamos inmersos sea compartido en alguna proporción con el primero (o la primera) que se atreva a abrir la boca y a advertir qué es lo que necesitamos hacer. La prudencia política pareciera empujar hacia ese mismo rincón en el que se agazapó Mariano Rajoy hace tres años, tras el estrepitoso fin del segundo gobierno de Rodríguez Zapatero. Es decir, Mariano, cállate y ganas, porque esto se viene abajo. Y de cierta manera fue así. Y, de cierta manera también, esa enorme irresponsabilidad sembró esa semilla que algunos años después amenaza con dar al traste con el bipartidismo y poner a España en puertas del abismo desconocido.
Para muestra un botón. Por estos días, aprovechando el enorme vacío y la confusión reinante, hay analistas que han venido a advertirnos que todavía tenemos decenas de miles de millones de dólares en activos. Es decir, no vienen a decir que el problema es el modelo fracasado, que ahogar la producción y estimular el consumo vía importaciones es una receta segura para la ruina. No vienen a hablarnos de productividad, de conocimiento, de reformar las reglas alrededor de las cuales hemos organizado nuestra exigua producción y la forma en que hemos invertido el sistema de incentivos. Nada que ver. Todo lo contrario: Vienen a ofrecernos una solución fácil. Vienen a decirnos que, con un parapeto aquí y otro allá, podríamos desacelerar el ritmo al que quemamos divisas y repartimos miseria, para hacer esta agonía un poco más sostenible.
En cierta medida es también responsabilidad nuestra, por no haber sabido llenar ese vacío. La oportunidad sigue allí, la avenida está abierta, para unos y otros. Es el momento de correr riesgos. Los buenos riesgos tienen altos rendimientos, y no deben ser confundidos con la estupidez política. A estas alturas, ya todos sabemos que sería necesario:
Ninguna de estas medidas representa una vuelta al pasado. Por el contrario, Chávez ha sido apenas una prolongación de Herrera, de Lusinchi, de Pérez I y Caldera II; Chávez y Maduro representan la continuación de la política económica que desde mediados de los setenta viene arruinando a Venezuela, exacerbada por el boom petrolero, la irresponsabilidad, y el endeudamiento acelerado de la nación.
He ahí el reto del liderazgo. A Venezuela hay que hacerle una propuesta nueva, un país que no se parezca en nada a lo que hemos tenido en los últimos cincuenta años. Hay que hacerlo de una forma distinta, pues el chavismo ha dejado desprotegidos y en estado de suprema vulnerabilidad a esos mismos que proclamaba defender. En la Venezuela de la nueva mayoría, la sociedad debe reservar parte de su patrimonio para garantizar la transición productiva de los más frágiles. Como escribiera Amartya Sen, nadie está dispuesto a defender un sistema del que no deriva ningún beneficio. El colapso del chavismo va a dejar a muchos con muy poco que perder. Es urgente que les demos algo por lo cual luchar. Ese es el precio de la civilización. De lo que se trata, en términos más amplios, es de un nuevo contrato social, un nuevo acuerdo en relación con qué hace el Estado por los ciudadanos, y qué deben hacer los ciudadanos por el Estado y por sí mismos.
Hace falta una nueva narrativa, una nueva forma de comunicarse con la gente, un nuevo discurso. Hace falta alguien que se haga responsable por orquestar y organizar a los venezolanos alrededor de la resolución de sus propios problemas. Hacen falta unas nuevas líneas. Otros lo han hecho ya, nosotros también podemos. Sí podemos salir adelante, sin necesidad de que se nos quede nadie atrás.
Miguel Ángel Santos
El país se encuentra en un estado general de parálisis. Entre el enorme rechazo a Nicolás Maduro y la confianza en la oposición como alternativa se abre una enorme avenida. Es uno de esos vacíos políticos pariente de aquellos que vino a llenar Hugo Chávez, acaso también Podemos en España, y de los que podría resultar cualquier cosa. La oposición tiene la oportunidad única de dar un paso al frente, de presentarse como verdadera alternativa de gobierno, de ofrecer un programa coherente que de manera asertiva aproveche el enorme fracaso de la revolución para advertirle a la gente que desde hace tiempo nos vienen vendiendo los remedios equivocados. Es uno de esos momentos en los que uno se pregunta, una y otra vez: Si no es ahora, ¿cuándo?
Pero he aquí que la oposición también pareciera haberse camuflado en ese estado de parálisis que exhibe el gobierno. Existe cierto temor a que el costo de la colosal crisis económica en la que estamos inmersos sea compartido en alguna proporción con el primero (o la primera) que se atreva a abrir la boca y a advertir qué es lo que necesitamos hacer. La prudencia política pareciera empujar hacia ese mismo rincón en el que se agazapó Mariano Rajoy hace tres años, tras el estrepitoso fin del segundo gobierno de Rodríguez Zapatero. Es decir, Mariano, cállate y ganas, porque esto se viene abajo. Y de cierta manera fue así. Y, de cierta manera también, esa enorme irresponsabilidad sembró esa semilla que algunos años después amenaza con dar al traste con el bipartidismo y poner a España en puertas del abismo desconocido.
Para muestra un botón. Por estos días, aprovechando el enorme vacío y la confusión reinante, hay analistas que han venido a advertirnos que todavía tenemos decenas de miles de millones de dólares en activos. Es decir, no vienen a decir que el problema es el modelo fracasado, que ahogar la producción y estimular el consumo vía importaciones es una receta segura para la ruina. No vienen a hablarnos de productividad, de conocimiento, de reformar las reglas alrededor de las cuales hemos organizado nuestra exigua producción y la forma en que hemos invertido el sistema de incentivos. Nada que ver. Todo lo contrario: Vienen a ofrecernos una solución fácil. Vienen a decirnos que, con un parapeto aquí y otro allá, podríamos desacelerar el ritmo al que quemamos divisas y repartimos miseria, para hacer esta agonía un poco más sostenible.
En cierta medida es también responsabilidad nuestra, por no haber sabido llenar ese vacío. La oportunidad sigue allí, la avenida está abierta, para unos y otros. Es el momento de correr riesgos. Los buenos riesgos tienen altos rendimientos, y no deben ser confundidos con la estupidez política. A estas alturas, ya todos sabemos que sería necesario:
Ninguna de estas medidas representa una vuelta al pasado. Por el contrario, Chávez ha sido apenas una prolongación de Herrera, de Lusinchi, de Pérez I y Caldera II; Chávez y Maduro representan la continuación de la política económica que desde mediados de los setenta viene arruinando a Venezuela, exacerbada por el boom petrolero, la irresponsabilidad, y el endeudamiento acelerado de la nación.
He ahí el reto del liderazgo. A Venezuela hay que hacerle una propuesta nueva, un país que no se parezca en nada a lo que hemos tenido en los últimos cincuenta años. Hay que hacerlo de una forma distinta, pues el chavismo ha dejado desprotegidos y en estado de suprema vulnerabilidad a esos mismos que proclamaba defender. En la Venezuela de la nueva mayoría, la sociedad debe reservar parte de su patrimonio para garantizar la transición productiva de los más frágiles. Como escribiera Amartya Sen, nadie está dispuesto a defender un sistema del que no deriva ningún beneficio. El colapso del chavismo va a dejar a muchos con muy poco que perder. Es urgente que les demos algo por lo cual luchar. Ese es el precio de la civilización. De lo que se trata, en términos más amplios, es de un nuevo contrato social, un nuevo acuerdo en relación con qué hace el Estado por los ciudadanos, y qué deben hacer los ciudadanos por el Estado y por sí mismos.
Hace falta una nueva narrativa, una nueva forma de comunicarse con la gente, un nuevo discurso. Hace falta alguien que se haga responsable por orquestar y organizar a los venezolanos alrededor de la resolución de sus propios problemas. Hacen falta unas nuevas líneas. Otros lo han hecho ya, nosotros también podemos. Sí podemos salir adelante, sin necesidad de que se nos quede nadie atrás.
Miguel Ángel Santos