Hay ciertas imágenes muy realistas, y otras en donde uno tiene dudas sobre si lo que está ocurriendo puede realmente ser posible. Hay cientos de colores en paisajes tridimensionales, secuencias en donde la superación de una amenaza absorbe todos nuestros recursos y otras que transcurren en ciertos parajes que se prestan más a la reflexión e invitan a buscarle sentido al conjunto. Hay, por encima de todo, un compromiso irrenunciable con el presente, que coexiste con la renuncia y la entrega allí en donde se encuentra el límite de la voluntad humana. El arquetipo ancestral del hombre en la lucha por la supervivencia, enfrentado a numerosos peligros y obligado por encima de todo a entenderse consigo mismo. Así es La vida de Pi, del escritor franco-canadiense Yann Martel, y así mismo la ha dispuesto en imágenes el director Ang Lee (Sentido y sensibilidad, Brokeback Mountain, El Tigre y el Dragón), en la película del mismo nombre.
Tanto el libro como la película están divididos a grandes rasgos en tres secciones, que por las diferencias de ritmo entre un género y otro no necesariamente ocupan las mismas proporciones. Piscine Molitor Patel es un niño criado en Pondichery, en el sur-este de India, “uno de los lugares más bellos del mundo”. Uno de sus tíos ha visitado poco antes de su nacimiento una hermosa piscina pública de aguas transparentes en París, de allí deriva en esencia su nombre. Para sacudirse el estigma de la crueldad clásica de la infancia el niño se hará llamar Pi. Esto es algo que consigue gracias a su espectacular habilidad para memorizar los decimales de esa constante, que describe la relación entre la longitud de una circunferencia y su diámetro, un número infinito.
En esos años Pi se expone a las diferentes religiones que florecen en Pondichery y va armando su propia estructura de creencias, compatible con todas ellas. Una idea que no termina de agradar del todo a su padre, un hombre de negocios que aprovecha la época de prosperidad para abrir un zoológico. “Prefiero que creas en algo completamente diferente de lo que yo creo, y no que creas un poco de todo, porque eso equivale a no creer en nada”. En este lugar mágico se desarrollan los primeros años de Pi, hasta que las dificultades económicas llevan a su padre a cerrar el zoológico y embarcarse con los animales en un trasatlántico japonés con destino a Canadá. En el camino una tormenta provocará el naufragio que se llevará consigo a toda su familia y dejará a Pi a la deriva en un bote de rescate con un tigre de Bengala (incidentalmente llamado Richard Parker), una hiena, un chimpancé y una cebra. La escena del barco viniéndose a pique, primero, y ya luego descansando en la profundidad del océano pone fin a esta primera etapa, y acaso también a la infancia de Pi.
En alta mar
La segunda parte corresponde a los 227 días que pasará Pi en alta mar. En los primeros compases de esta situación morirán la cebra, el chimpancé y la hiena (los dos primeros devorados por esta última, luego ella devorada por el tigre). Una vez que esto ocurre está ya puesta la escena para el corazón del argumento, que es la lucha de Pi por su supervivencia, a ratos contra el tigre y a ratos con el tigre contra todo lo demás. Es una circunstancia intensa, toda vez que tanto la novela como la película se resisten a romantizar al tigre. Por el contrario, como ya le había quedado claro en un incidente de su infancia, los animales salvajes son eso, salvajes, suelen imponer su ley y sus prioridades por encima de cualquier otra cosa.
Así, desde el principio, y haciendo uso de la provisión de maderas, chalecos, alimentos y bebidas que traía el bote salvavidas, Pi se verá obligado para poder sobrevivir a establecerse en un espacio distinto, una precaria balsa que también irá evolucionando. Desde allí, en oleadas sucesivas, irá acercándose y alejándose, en esa lucha diaria por el escaso espacio que comparte conRichard Parker. Esta será una pelea de dimensiones épicas que progresará lentamente, a través de numerosos escenarios. Es aquí en donde la tecnología acude en auxilio (no en sustitución) de la historia y se las arregla para darle al espectador una sensación de inmersión que lo envuelve a través de imágenes y sonidos, que durante largos pasajes produce una suerte de sensación onírica, de confusión entre lo real y lo imaginario, en exactamente la misma forma en que lo está experimentando el protagonista. Aquí está lo mejor de la fotografía, y también el mejor del arte del director: Se hace evidente el cambio de rasgos y de color de piel, así como también la pérdida de peso gradual de ambos caracteres.
La clave está, precisamente, en que todo eso que uno ha venido pensando que no es posible y considerando como inverosímil, es contado de una forma muy creíble por Ang Lee. De hecho, el propio Yann Martel también ha contribuido significativamente con su verosimilitud, pues tanto la novela como la película hacen alarde de una profunda investigación en materia de técnicas de supervivencia en el mar y ciertas condiciones de especies biológicas que pueden ser aprovechadas por un náufrago a la deriva.
En México
En la tercera y última parte el barco atraca en las costas de México (nada que ver con arruinarle la película al lector, esta es una realidad que se conoce desde el comienzo). Y es que el director ha decidido abrir y cerrar esta secuencia de tres partes con la visita de un escritor canadiense a un Piscine Molitor ya adulto, casado y con dos hijas (después de todo, la historia tiene un final feliz). Esta característica le viene muy bien a la pe- lícula, introduce la perspectiva del que observa a quien cuenta lo ocurrido, una capa adicional al libro, que está narrado en primera persona.
En esta última parte, unos investigadores japoneses, de la compañía de seguros responsable por el barco naufragado, acuden a visitar a Pi al hospital y escuchan de primera mano su relato. No creen la historia de los animales. “Por favor, cuéntenos algo que resulte más verosímil, algo que tanto nosotros como nuestros superiores podamos creer”. Y es entonces cuando Pi decide contar una historia bastante diferente. Mucho más verosímil, partiendo del hecho notable de su supervivencia, mucho más creíble. No ha naufragado con ningún animal, sino con personas, que han ido desapareciendo, aniquilándose, sucesivamente.
Es una segunda historia que surge del protagonista con la misma intensidad que la otra, la paralela, que nos ha venido contando. “¿Cuál de las dos historias prefieren ustedes?”, pregunta Pi a los investigadores en el libro, y al escritor canadiense en la película. “La versión con los animales”. “Esa es también la versión que Dios ha escogido”.
¿Esto es real?
Y aquí cabe preguntarse: ¿Esto es real? ¿Es creíble toda esta historia? Llegados a este punto: ¿Es importante si es real? Sin menosprecio de la historia como ciencia: ¿Qué diferencia existe hoy en día entre lo real, lo que sí ocurrió, y aquellos que sólo recordamos? ¿Por qué vamos a optar por la más común, si ya pasados los hechos, hace tan poca diferencia? ¿Por qué nos íbamos a quedar con una historia más convencional, si los dioses nos han dado la opción de otra mucho más fantástica e intensa?