¿Bajo la inflación o nos mudamos de índice?

¿Bajo la inflación o nos mudamos de índice?

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Aunque mucha gente no lo sabía, la inflación de la que habíamos venido hablando desde siempre era la del Área Metropolitana de Caracas. Esa inflación a la que hacían referencia los contratos de arrendamiento, las negociaciones laborales, o el propio gobierno cuando se refería a la cuarta república, esa inflación siempre fue la de Caracas.

Desde hace algún tiempo, el Banco Central de Venezuela (BCV) viene trabajando en la estimación de índices de variación de precios para otras ciudades, que en principio serán Maracaibo, Valencia y Barquisimeto y posteriormente se extenderán a otras cuatro, para totalizar ocho. A partir de Abril, el índice de precios que será publicado, aquél sobre el que se hará mayor énfasis, será un índice ponderado promedio para un conjunto de ciudades.

En principio, no tiene nada de malo que el BCV haya decidido estimar el índice de inflación de otras áreas del país, y tampoco que reporte una inflación “promedio ponderada” del conjunto de áreas metropolitanas. Lo que sí debemos tener todos claro es que no hay forma de comparar ese nuevo índice con la inflación anterior.

¿Por qué? Porque está claro que aquí, al igual que en todas partes del mundo, la inflación en el interior del país es bastante menor a la de la capital. Tomemos un ejemplo. Durante los dos primeros meses de este año el índice de inflación estimado por el BCV para Caracas fue de 3,4% (enero) y 2,3% (febrero), que totalizan 5,8% (bastante mayor al 3,4% registrado en estos mismos meses del año anterior).

En Maracaibo, mientras tanto, la variación de precios registrada fue de 1,8% (enero) y 2,0% (febrero), que totalizan 3,8% (casi el doble del 2,0% registrado durante ambos meses el año anterior).

Siendo así, es obvio que el promedio ponderado de ambos índices va a resultar más bajo que el índice de precios que venía siendo reportado en otros años para la ciudad de Caracas. Eso no significa que esté bajando la inflación, ambos índices son imposibles de comparar. Pero eso es precisamente lo que ha tratado de hacer el Ministro de Planificación Haiman El Troudi, cuando en una rueda de prensa reciente se refirió a la inflación promedio registrada en Caracas y Maracaibo en febrero (2,2%), comparándola con la variación registrada sólo para Caracas en el mes de noviembre (4,4%). ¡La inflación se ha reducido a la mitad! Nada que ver. Los venezolanos son bastante más inteligentes que eso.

Para contrastar la inflación que estamos sufriendo hoy en día con la del pasado tendremos que seguirnos refiriendo durante un tiempo al índice del Área Metropolitana de Caracas, hasta que se acumulen suficientes datos de la nueva estadística de inflación promedio nacional como para permitirnos comparar peras con peras y manzanas con manzanas.

Así, la inflación registrada en Caracas en los últimos doce meses es de 25,4%, bastante mayor al 20,4% registrado para ese mismo período el año anterior. La aceleración es particularmente notable en alimentos e insumos a la construcción, en donde la cifra supera el 30%.

Y entonces, ¿Cómo se puede combatir la inflación?

Hasta aquí, la estrategia del gobierno para combatir la inflación ha consistido en promover importaciones baratas, que ahogan a los productores nacionales y perjudican el empleo nacional, y mantener un sistema de controles de precios que ha provocado una fenomenal escasez que hace irrelevante la estadística de precios calculada por el BCV. El precio de un bien que no se consigue es infinito, no tiene nada que ver con los numeritos que introduce el BCV en sus hojas de cálculo.

Esa estrategia se ha agotado por varias razones. En primer lugar, el crecimiento de las importaciones, que totaliza 330% en cuatro años, es insostenible. A partir de aquí cada vez será más difícil seguir incrementando el consumo nacional a punta de importaciones. En segundo lugar, el sistema de controles de precios ha colapsado, provocando una escasez sin precedentes en algunos rubros básicos de la alimentación venezolana. A partir de aquí, o se reconoce el retraso en los controles y se ajustan los precios (para la pasta se requirió un ajuste de 58% en un día, para la leche 37%), o seguirán sin aparecer en los anaqueles.

Ese agotamiento obliga a voltear la vista hacia otras áreas de política que hasta ahora el gobierno había evitado utilizar. En primer lugar, el gasto público. Si se sigue aumentando la demanda en un país con todas sus industrias funcionando a capacidad plena, la presión inflacionaria será mayor, y el margen para combatirla a través de importaciones cada vez es menor. En segundo lugar, la liquidez. El gobierno ha tomado algunas medidas para frenar el crecimiento de la cantidad de dinero, centralizando los depósitos del sector público en el Banco del Tesoro y subiendo el encaje legal (lo que le deja a los bancos bastante menos dinero disponible para prestar). La consecuencia natural de esa política es la subida de la tasa de interés, una cosa que afectara a quienes sustentaban parte del incremento del consumo vía (tarjetas de) crédito, pero no más que al gobierno, el deudor más grande que existe en moneda local. A partir de aquí, los vencimientos de deuda interna deberán ser renovados a tasas cada vez mayores.

Y en tercer lugar, a lo más importante, al sector privado. Durante muchos años el gobierno ha descuidado su relación con el sector privado, vilipendiándolo, y acusándolo de todos los males que aquejaban al país. Se ha promovido uno de los ambientes para la inversión privada más adversos del mundo, de acuerdo con todas las agencias internacionales. Ahora el gobierno se da cuenta de que sin el concurso del sector privado será difícil salir del atolladero actual, y se han promovido unas conversaciones que parecen resultar más de la necesidad que de la convicción. Después de tantos años, será difícil que los inversionistas le otorguen el beneficio de la duda.

Miguel Ángel Santos

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