Dejarse vencer por lo convencional

Dejarse vencer por lo convencional

El Universal

Probablemente alguna vez en estos últimos diez años usted sintonizó con esa frase que se atribuye a Timothy Garton: “La política es demasiado importante como para dejarla sólo en manos de los políticos”. Quizás entonces decidió involucrarse en algún partido político, ONG, asociación civil o de vecinos, junta de padres del colegio u otra instancia en donde suelen dar sus primeros pasos quienes son sorprendidos en algún momento por la asombrada urgencia de participar. Quizás usted fue, se sentó en aquella primera reunión, se cansó de escuchar discursos vacíos, de las arengas de quienes no encuentran oídos en otra parte y se desahogan allí, sin vergüenza, sin cuestionarse si toda esa verborrea tiene algo que ver con el objetivo inicial de la reunión (en caso de que haya sido definido). Acaso entonces se convenció de que todos llevamos un Chávez por dentro. Quizás se topó con lo difícil que es materializar un cambio que mejore el nivel de vida, así sea de una pequeña comunidad, digamos, un condominio. Muy probablemente se frustró, pensó que aquello no iba para ningún lado, que no había cómo influir en aquél curso, y se le vinieron a la mente muchas otras cosas útiles que podría estar haciendo con su tiempo. O peor aún, quizás es usted como mi papá, que debido a una enorme tranca que se armó un domingo en la tarde en la vía de Morrocoy, decidió al llegar a su casa en Valencia llamar a la prefecto del Municipio San José para mentarle la madre y jurarle no volver a votar nunca más.

Esas son las dificultades de la política y el movedizo terreno del interés colectivo. Si usted se desalentó en algún momento, quizás no tenga suficiente vocación. Hay otros que sí la tienen, o que se aprovechan de que el resto de los mortales nos rindamos tan fácilmente ante lo convencional. Siendo así, lo menos que puede hacer este domingo es evaluar cuáles de los candidatos que se han presentado tiene mayor o menor vocación de servicio, cuál es su mejor opción (o acaso la menos mala) y acudir a respaldarlo con su voto. Para eso no necesita ponerse de acuerdo con nadie. Basta con acercarse esa mañana a su centro de votación, a ser protagonista de una de esas pocas ocasiones en las que su decisión tiene idéntica importancia a la de cualquier otro, por más poderoso que sea. Con tu voto le vas a dejar tus problemas en las manos a otros, pero a otros de tu elección.

Después de todo el Presidente tenía razón. Esta elección se trata de escoger al nivel de autoridad más próximo al ciudadano, a los responsables de ayudarnos a resolver esos problemas colectivos para los cuales nos falta suficiente interés o vocación. Pero también se trata, una vez más, de manifestarse a favor o en contra de una forma de hacer política, de un proyecto de país, de una concepción de cómo debemos vivir. Habrá en juego algo mucho más grande que gobernaciones y alcaldías el próximo domingo.

El hecho de que muchos de los lectores sean capaces de llevar vidas relativamente cómodas en las cuales podemos, día tras día, ignorar con despreocupación la política; no debe hacernos pasar por alto que hay alguien trabajando con tenacidad, día y noche, para que nuestros hijos no puedan hacer lo mismo.

Miguel Ángel Santos

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