El capitalismo por forfeit

El capitalismo por forfeit

El Universal

Al principio pensé que era sólo una percepción mía, a fin de cuentas los primeros días en lugares nuevos le dejan a uno impresiones de lo que es la “cultura local” casi siempre demasiado súbitas y demasiado fáciles como para ser ciertas. Pero luego, hablando con la gente de aquí y de allá, leyendo los periódicos y escuchando los noticieros locales, me di cuenta de que va un poco más allá: Hay cierta percepción colectiva según la cual Sur África no está en África. La gente de aquí, cuando se dirige al norte, suele comentar con cierto aire de excentricidad: “¡Voy a África!”. Y la gente de más arriba, ya sea en Tanzania o Kenia, cuando escuchan que alguien se dirige a Sur África, adoptan de forma automática el mismo lenguaje corporal que produce la mención de España o de Italia, de Canadá o de los Estados Unidos.

Esa es una de las ironías del dramático proceso de desarrollo que ha experimentado Sur África en los últimos trece años, desde que celebrara su primera elección democrática en 1994. Con el crecimiento y el desarrollo el país ha pasado ocupar, no sólo en la percepción de las demás naciones sino en la de sus propios habitantes, el mismo lugar de otras potencias capitalistas, con sus ventajas y sus desventajas.

Empresas de capital surafricano poseen aerolíneas en Tanzania, minas de oro en Malí, Ghana, o Botswana, cervecerías en Nigeria, cadenas de hoteles y servicios de banca, telecomunicaciones y distribución de alimentos que se extienden a todo lo largo del continente. Sur África hoy en día tiene un nivel de acceso a los demás mercados que no fue permitido por el resto de África independiente durante la época del apartheid. Con toda esa expansión, han venido también los cuestionamientos del norte (de África) acerca del “capitalismo salvaje” que predomina en esta nación. En otras palabras, las transnacionales surafricanas le sacan enorme beneficio a sus operaciones en mercados en donde un tercio de la población laboral gana menos de un dólar al día. Esta explotación es idéntica a la de otras transnacionales europeas o americanas, pero aquí genera más escozor porque el capital viene de un vecino.

Toda esta controversia ha traído consigo algo de debate: Por un lado, el “capitalismo salvaje” de Sur África (que, como suele suceder, es bastante menos salvaje de lo que dicen los críticos) ha producido un acelerado desarrollo que le hace a uno olvidarse – a ratos – de que está en África. Por el otro lado, el país sigue teniendo uno de los índices de desigualdad más altos del mundo (medido por el coeficiente de Gini), y una vez que uno se retira del centro de las ciudades, desde Johanesburgo hasta Cape Town, los grandes edificios y avenidas le abren paso a interminables barriadas en donde millones de personas sobreviven todos los días. El problema está en que del otro lado del debate no hay nada. En los países más críticos de la política de Sur África en la región (Zimbabwe a la cabeza) la desigualdad es menor porque todo el mundo es más pobre, no hay grandes ciudades, no hay inversión de capital, abunda la inflación y el desempleo, y todos los días mueren personas por enfermedades tropicales que ya están completamente erradicadas aquí. ¿Y entonces?

miguel.santos@iesa.edu.ve

Miguel Ángel Santos

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