El espejismo de nuestro salario mínimo

El espejismo de nuestro salario mínimo

El Universal

Nuestro salario mínimo, medido en dólares a la tasa de cambio oficial, es el más alto de América Latina. Allí está, en todas las cadenas presidenciales, la manoseada lámina de power point con la curvita ascendente repetida hasta el cansancio, en un país en donde todo lo que asciende, que no sea precio, despierta suspicacia. Si nosotros estamos en el tope y vivimos así, ¿qué quedará para los demás?

Matías Riutort (UCAB) acaba de escribir un documento de sólo nueve páginas (“Salario Mínimo en Venezuela y América Latina”) sin ninguna otra pretensión que poner nuestro salario mínimo en perspectiva con otros países de la región, en los términos más sencillos posibles.

La historia es más o menos así. Entre febrero 2005 y abril del corriente el salario mínimo pasó de 405 a 799 bolívares fuertes, un crecimiento nominal de 97%. Ese crecimiento en bolívares es equivalente en dólares, porque la tasa de cambio oficial está fija desde entonces. Así, el salario mínimo ha pasado de 188 a 372 dólares mensuales. Si esta tendencia continúa, es decir, seguimos subiendo el salario mínimo con la inflación (30%) pero se mantiene la tasa de cambio oficial, en tres años podríamos estar alrededor de 816 dólares, en ruta a ubicarnos entre los salarios mínimos más altos del mundo. Como bien dice Matías allí, muchos venezolanos “estaríamos felices y orgullosos, excepto aquellos que tienen que sobrevivir con un salario mínimo”.

¿A quién le interesa que el salario mínimo en dólares haya subido? A quienes tienen ingresos suficientes realizar viajes al exterior o hacer compras por Internet. Es decir, les interesa precisamente a quienes no ganan salario mínimo.

Entre febrero 2005 y mayo 2008 la inflación acumulada es 77%. A la luz de esa variación, el salario mínimo en bolívares ha crecido poco menos de 12% (no es 97% menos 77%, esa aproximación sólo funciona para porcentajes muy bajos). En realidad, quienes ganan salario mínimo realizan casi todas sus compras en bolívares. Siendo así, es mejor evaluar el salario mínimo según su capacidad para adquirir la canasta básica. En Argentina, con 50% del salario mínimo se puede adquirir la canasta básica. En Chile, con 65%. En Ecuador con 73%. Venezuela sólo aparece en el sexto lugar, aquí hay que empeñar 89% del salario mínimo para adquirir la canasta básica normativa del INE.

Ese cuadro se deteriora aún más si se observan dos cosas adicionales que van más allá del alcance del trabajo de Matías. Por un lado, de los diecinueve millones y medio de venezolanos mayores a quince años, más de seis millones y medio están “inactivos”, más de cinco millones son trabajadores informales, y más de un millón está desocupado. Todos ellos no reciben salario mínimo. Por el otro, mucho más importante que el salario mínimo es el salario promedio de todos los ocupados. Aunque entre 1998 y 2005 el salario mínimo subió 25% en términos reales, el salario promedio cayó 15%, igualándose efectivamente con el mínimo en 2003 y hasta nuestros días (uso 2005 porque el INE sigue teniendo problemas con la Encuesta de Hogares 2006).

Visto así, gracias a la contribución de Matías y a las estadísticas del INE, ya el salario mínimo no se ven tan poderoso, ¿no?

Miguel Ángel Santos

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