El país muere por la boca

El país muere por la boca

El Universal

A propósito de los balances que se hacen por estos días sobre el año que termina y de los nuevos propósitos, vale la pena reflexionar sobre ese deporte nacional que es el hablar de todo, de todos y peor aún, con todos. Hablar de lo que se sabe y también de lo que no se sabe, pontificar con los demás sobre nuestras circunstancias y sobre las de ellos, sin estar seguros de si les interesa, en el primer caso, o de si desean algún consejo u opinión de parte nuestra, en el segundo. Hablar, eso sí, con propiedad, usando cada vez menos “yo creo” o “me parece”, mientras nuestras conversaciones están llenas de enunciados, de principios, líneas que se leyeron al vuelo en algún lugar o comentarios sueltos que escuchamos y repetimos, la mayoría de las veces sin recordar de quién, y que teñimos de certeza. Y eso por no incluir lo que simplemente se inventa. Decir “no sé” se ha convertido en toda una decepción.

Haga la prueba: La próxima vez que escuche a alguien hablar con énfasis, con propiedad, acerca de un área que muy evidentemente no le es propia, ensaye algunas preguntas interesadas: ¿Cómo llegaste a saber eso? ¿Dónde lo leíste? ¿Quién te lo contó? Son preguntas que desarman (quizás no la última), pues las más de las veces no existe asidero, no hay allí ninguna red de seguridad para contener esas palabras, para darle sustento a esos malabarismos de nuestra lengua. Detrás de la mayoría de los enunciados hay un tinglado muy frágil, si es que hay alguno del todo.

Los funcionarios públicos que tienen algo que ver con nuestra economía son un ejemplo bastante desafortunado de esa costumbre de hablar a diario, sobre todo y con todos, de decirse y desdecirse, de prometer y justificarse con una frecuencia tal que consigue evaporar el objetivo último de toda declaración pública: Promover la credibilidad. Aquí vamos desde que el ITF no va a producir inflación porque hay controles de precios y porque lo paga el productor, hasta que el ITF aceleró la inflación porque había controles de precios y (“¡lógico!”) porque los productores lo trasladaron al consumidor. Pasamos de decir que el control de precios es necesario para contener la inflación y no producirá escasez, a decir que la inflación la está produciendo la escasez porque hay control de precios. Y de ahí a decir que el control de precios no ha funcionado, por lo que es necesario restringirlo a menos bienes. Yogi Berra envidiaría una frase así. El por qué no, se vuelve luego el por qué sí. Como dice Floria Emilia en su carta a San Agustín: “Si te hubieras quedado callado, habrías podido seguir haciéndote pasar por sabio”.

Luego están las cosas, que son unas cuantas, que decimos a pesar de tener la certeza de que decirlas, ya sea en público, o a alguien al oído, nos ayudará poco, nada, o (las más de las veces), nos perjudicará. “No debería uno contar nunca nada, ni dar datos ni aportar historias… Contar casi siempre es un regalo, es un vínculo y un otorgar confianza, y rara es la confianza que antes o después no se traiciona, raro el vínculo que no se enreda o anuda, y así acaba apretando y hay que tirar de la navaja o filo para cortarlo”. Hablar casi nunca es gratis. Y esto no es cuento, es historia.

Miguel Ángel Santos

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