El paraíso crudo y el fin del mundo

El paraíso crudo y el fin del mundo

El Universal

Hace unos meses di en un sótano de libros usados de Berlín con Haruki Murakami y la música de las palabras. Es obra de Jay Rubin, uno de sus tres traductores al inglés, también el único que continúa trabajando estrechamente con el escritor japonés. Como ya he escrito en otra parte, no leo ficción para escapar de la realidad, sino para ser capaz de contemplarla desde una perspectiva distinta. El libro de Rubin representa un esfuerzo invalorable por desentrañar los códigos de esa ficción, por aproximarnos a su significado último. Esa es una tarea siempre imperfecta, después de todo parte del encanto de la ficción reside en ese último tramo que la une al lector, una suerte de puente que cada quien levanta según sus propias formas, necesidades y códigos. A raíz de este hallazgo, lámpara de gas con la que se desciende por las escaleras siempre resbalosas a la imaginación del escritor, decidí empezar a leer a Murakami en orden cronológico a como ha ido escribiendo. Tras devorar seis novelas, un ensayo y cuatro volúmenes de cuentos, caí en El paraíso crudo y el fin del mundo.

La novela está compuesta por dos historias: El paraíso crudo (capítulos impares) y El fin del mundo (pares). Establecer el vínculo entre ambas es el reto que se le plantea al lector. Ambas historias están narradas en primera persona, con una sutileza sólo perceptible en japonés. El nombre del protagonista de El paraíso crudo es una forma del yo (Watashi) más formal, acaso un espejo del mundo más concreto en el que se desenvuelve. Por el contrario, la expresión que da nombre al personaje de El fin del mundo (Boku) viene a ser más informal, más etérea, en concordancia con la atmósfera surreal que lo rodea.

Watashi es un Calcutec, género de procesadores y protectores de datos (historias, sistemas, memoria) que utilizan el subconsciente como herramienta para encriptar información. Trabaja de forma independiente (“las organizaciones grandes no van conmigo… son muy inflexibles, pierden mucho tiempo, y están llenas de gente estúpida”). En contraposición están los Semiotec, especie de hackers que atacan todo depósito de información que luego venden con propósitos malignos. En el primera capítulo, Watashi es contratado por un viejo científico que está desarrollando un proyecto para eliminar a voluntad el sonido de las cosas. Como recompensa recibirá una antigua osamenta que se asemeja a la cabeza de un unicornio. Poco después de terminado el trabajo, Watashi es contactado por la nieta del científico. Su mundo está a punto de acabar. Watashi es el último sobreviviente de una especie muy avanzada de Calcutecs. Puede entregarse y morir, pero hay una alternativa. Si así lo desea, Watashi caerá en un profundo sueño y despertará en un mundo que su mente ha creado y en el que vagará eternamente, a menos que consiga recordar o entender una vez allí que esa realidad sólo existe dentro de su propia imaginación y desentrañe así el misterio que oculta la salida.

Boku se encuentra sin memoria en El fin del mundo. No sabe cómo llegó allí. Apenas recibe algunas indicaciones generales del guardián que custodia el lugar, quien le asigna la tarea de interpretar sueños. Para ubicarse mejor Boku decide hacer un bosquejo del lugar, que es presentado al lector en las primeras páginas. El sólo hecho que el mapa del fin del mundo se asemeja a una estructura cerebral es apenas una de las muchas pistas que Murakami va dejando caer. Los sueños su encuentran custodiados por la bibliotecaria del fin del mundo, con quien Boku establecerá una conexión amorosa que no podrá ser correspondida a menos que consiga ayudarla a recuperar su mente y sus recuerdos. “La mente es imperfecta, pero deja huellas. Podemos seguir esas huellas hasta su origen, como pisadas en la nieve… Créeme y te prometo que la encontraremos. No hay manera de encontrarnos sin descifrar nuestra mente”.

Watashi decide luchar por su vida. Maneja hasta un solar abandonado y se abandona a un profundo sueño. A esa misma hora, Boku despierta en el fin del mundo y empieza a luchar consigo mismo para escapar de allí. Para conseguirlo, habrá de abandonar la pretensión de ser otro (muy característica en la obra de Murakami) y adentrarse en su propia mente. “Cuando era joven, pensé que podría ser otro. Pensaba que podría sintonizar con una mejor vida, como si se tratara sólo de mover el dial de la radio. Pero, como si fuese un bote con el timón trenzado, seguía llegando al mismo sitio. No iba a ninguna parte. Siempre el mismo, esperando en la orilla para regresar”. No hay peor cárcel que esas que construimos para nosotros mismos. De eso se trata.

Disponible en:
http://www.eluniversal.com/opinion/130821/el-parai…

Miguel Ángel Santos

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