El soplo de León Febres-Cordero

El soplo de León Febres-Cordero

El Universal

Hay mañanas en que me acuerdo mucho de León Febres-Cordero. Suele suceder cuando se evoca a alguien de forma espontánea, que una imagen específica nos viene en rápida sucesión, pone así la cuña y deja la puerta abierta a los demás recuerdos. En mi caso, ese dibujo inicial tiene que ver siempre con los barcos griegos prestos a dejar sus playas en dirección a Troya, varados en la arena por la falta de viento. La guerra a punto de empezar, los soldados llevan años preparándose para la batalla, pero las velas yacen mustias a lo largo de los mástiles, los rostros desanimados no dejan de contemplar el mar en calma.

La primera vez que lo vi fue en el estacionamiento del Teatro Teresa Carreño. Salíamos del Ateneo de Caracas y, al bajar las escaleras que conectan ambos espacios, dimos con un hombre en jeans y zapatos de goma poniendo volantes de “El último minotauro” en los parabrisas de los carros. En la parte de atrás, como es costumbre, venía una foto del autor: El mismo que ya se perdía en la oscuridad del estacionamiento con el fajo de volantes. De lo más amateur (el que ama lo que hace), así lo hacía día tras día. De esa forma pude entrar en contacto con él y terminé pasando varias tardes en los amplios jardines de una quinta en Colinas de Tamanaco. Allí había organizado unas sesiones en donde decodificaba las tragedias griegas y nos hacía su contenido y esencia asequible. “La tragedia era algo que los griegos llevaban por dentro, algo que les ponía la vida patas arriba hasta un punto tal que ya no la reconocían. Ya no eran lo que hasta entonces habían sido: eran otros. ¡Qué gran alivio poder pasar a ser otro, sin haber perdido el juicio!”. Mis notas de aquellos días guardan un parecido extraordinario con las ideas que recogen sus entrevistas y ensayos de hoy, ya establecido en la Universidad de Salamanca. “Lo de Shakespeare no son tragedias. Sus personajes no aprenden nada, no son capaces de asimilar, de convertirse en otros, sus padecimientos no los llevan a transformarse, como sí lo hacen Agamenón o Ifigenia”. Es la esencia de la tragedia recogida por Aristóteles en su Poética: “Aquellos que estén sufriendo los misterios no tienen nada que aprender, sólo deben ser afectados, experimentar el sentimiento con miras a un cambio en el estado mental”.

En el episodio que evoca esa imagen recurrente, el viento ha sido suspendido por la diosa Artemisia, porque Agamenón ha incumplido su promesa de sacrificar a Ifigenia. Agamenón se había ido haciendo el loco para evitar esa tragedia, pero el adivino Calcas revela a los soldados la razón tras la calma chicha, y éstos lo vienen a presionar. Así, empuña el puñal y se dispone a sacrificar a Ifigenia, pero en el último momento Artemisia la sustituye por un ciervo y se lleva a la joven a Táuride, donde se convertirá en sacerdotisa. Una nueva realidad que Agamenón, sin estar al tanto, había venido reprimiendo con su renuencia a aceptar la tragedia.

Hace dos años la editorial Verbum publicó dos volúmenes, uno con la obra completa de León Febres-Cordero y un compendio de entrevistas y ensayos ( En torno a la tragedia y otros ensayos ). No son muy conocidos en Venezuela, porque aunque no se puede decir que nadie es profeta en nuestra tierra, la verdad es que hay pocos.

Disponible en:

http://www.eluniversal.com/opinion/121130/el-soplo-de-leon-febres-cordero

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