El Universal: El fijo o la navaja

El Universal: El fijo o la navaja

El Universal

Escribe Javier Marías que “no debería contar uno nunca nada, ni dar datos ni aportar historias… Contar es casi siempre un regalo, un vínculo y un otorgar confianza, y rara es la confianza que no se traiciona, raro el vínculo que no se enreda o anuda, y así acaba apretando, y hay que tirar siempre de la navaja o el filo para cortarlo”. Es una idea útil en estos días de vínculos incómodos y parentescos devenidos en pesos muertos que exigen del filo o la navaja. Pero no venía a propósito de la política. La cita me ha venido a la mente a raíz de la venta de El Universal, uno de los últimos reductos del pensamiento libre en Venezuela. Después de todo, llevo doce años en estas páginas, me he ido mudando a ratos de ventana y de días, he cambiado de vecinos (no siempre para bien) siempre dentro del mismo edificio, en el quehacer precisamente de eso contra lo que advierte Marías: dar datos y aportar historias.

No tiene sentido decir que tengo mis días contados: Eso siempre ha sido así. Lo que sí se reduce considerablemente con esta operación es la incertidumbre alrededor de las circunstancias que le pondrán fin a ese vínculo. Después de todo, la revolución rara vez despide, las más de las veces le basta con irte dejando sin aire de a poco. Esa fue la ruta escogida con la prensa. Los anunciantes quebraron, se marcharon del país, o fueron estatizados. La publicidad de estas últimas fue desviada hacia una retahíla de “medios alternativos”, ninguno de los cuales llegó a despegar a pesar de las cantidades ingentes de recursos públicos que allí se prodigaron. En la medida en que nuestra capacidad productiva se ha ido reduciendo, en esa medida la prensa escrita ha ido perdiendo grosor. Por último, reducida ya a su mínima expresión y aún resistiendo, fueron sometidos a la escasez de papel de imprenta. Ya importa muy poco que la circulación sea de apenas 80,000 o 200,000 ejemplares que caen en las manos de gente que ya de por sí no va a cambiar de opinión. Mientras más frágil se percibe el poder, menor tolerancia hacia los mecanismos que hacen posible la libertad de expresión.

Costaría reconocer en este magro atajo de papeles impresos con tinta barata a los periódicos de antaño. Aún recuerdo cuando siendo niño papá me despachaba al quiosco de la esquina a buscar “Nacional, Universal y Carabobeño” (se decía en ese orden). Para llegar allí, apenas había que cruzar la calle dos veces, bajando por una suerte de túnel de cañafístulas que crecían a ambos lados y en los que mis hermanos y yo solíamos cazar chicharras en épocas de lluvia. Desde entonces, la lectura de la prensa escrita me trajo siempre una sensación de ser libre y un sentido de la posibilidad que todavía hoy en día asocio con la felicidad.

Para alguien criado lejos de la capital, la prensa escrita representaba la promesa de lo imposible: Allí estaban el teatro, las listas de aceptación a las universidades públicas, las entrevistas con personajes de cultura, política o deportes, las convocatorias a concursos de cuentos y poesía, los acontecimientos internacionales, las columnas de opinión. Recuerdo la época de José Ignacio Cabrujas, Juan Nuño, Luis Beltrán Prieto Figueroa, y también Arturo Uslar y su recalcitrante pizarrón. Desde entonces, siempre soñé con tener un espacio en el cual expresar mi opinión. Siendo así, no es de extrañar que aún recuerde el lugar y el momento en donde recibí aquella llamada invitándome a escribir exclusivamente para el Universal en un espacio quincenal. Mi única preocupación ha sido la de ser honesto, en el sentido de Vargas Llosa: El de escribir sobre aquello que nos urge a escribir.

He leído con atención el acuerdo que los empleados de El Universal han suscrito con los representantes de los nuevos dueños. Concuerdo con sus términos y me comprometo de igual forma a mantener este espacio en la medida en que sean respetados. Pero volviendo a Marías, “con frecuencia nos empeñamos en que nos guste quien nos gusta poco desde el principio y en el poder fiarnos de quien inspira una desconfianza aguda”. A nadie se le escapa que la empresa española ha sido registrada hace apenas cuatro meses y cuenta con una estructura circular de propiedad creada ex profeso para soterrar los nombres de sus dueños. Por esa razón no quise dejar pasar la primera oportunidad de agradecerle a El Universal por haberme dado la oportunidad de escribir honestamente, sin haberme hecho jamás una sola sugerencia o advertencia en relación con el contenido, y a Miguel Maita por haberme perseguido sin tregua durante doce años. Claro que a ratos me puede el deseo de fiarme. Después de todo, como decía Theodor Adorno: “Para un hombre que ha perdido su tierra, el escribir se convierte en un lugar para vivir”. Pero preferí hacer un esfuerzo (¡cuánto me ha costado!), escribir aquello que ahora me urge y reservar esas esperanzas poco fundadas al territorio de la religión.

Disponible en:
http://www.eluniversal.com/opinion/140709/el-unive…

Miguel Ángel Santos

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