La Academia vuelve a casa

La Academia vuelve a casa

El Universal

Tengo por costumbre buscar un patrón común entre las películas nominadas al Oscar, una suerte de tema subyacente que haya atraído de manera consciente o inconsciente la atención de los miembros de la Academia. Como es sabido, las películas nominadas en cada categoría y los ganadores son elegidos por sus 5.800 miembros. Con semejante muestra, resulta estimulante el ejercicio intelectual de buscar factores comunes tras las preferencias, e identificar a partir de allí tendencias, problemas contemporáneos y distintas concepciones y soluciones que se van tejiendo en el imaginario colectivo.

En esta ocasión la tarea se me ha hecho algo más evidente. A pesar de los esfuerzos institucionales por disimular el rasgo pro-americano de los premios en los últimos años, esta vez los miembros de la Academia han decidido traerla de vuelta a casa. En un vuelo rasante se aprecia un aire de inocencia y heroísmo, lucha del bien contra el mal que en todos los casos termina con un final optimista, que resalta la virtud y refuerza los valores más rancios del “viejo estilo americano”. El simple hecho de que a una película que gira alrededor de un desorden mental severo se le haya titulado El lado bueno de las cosas es apenas un indicio fácil de esa tendencia (tómese por contraste Los Miserables).

Pensemos en Argo, una de las grandes favoritas de esta noche. Un equipo de agentes norteamericanos procura rescatar a seis miembros del cuerpo diplomático que han conseguido escapar del secuestro de su embajada en Teherán. El hilo de la estrategia desafía cualquier rastro de sentido común: Entrarán en Irán fingiendo ser una productora canadiense de cine que evalúa escenarios para una película de ciencia ficción. Es decir, a partir de un episodio que resultó en una verdadera vergüenza nacional e internacional, se construye una narrativa heroica, fundada en los valores de la ingenuidad, el arrojo y, por encima de todo, la fe.

Ese también es el caso de La noche más oscura, aunque por la naturaleza de la tarea en cuestión la trama resulte menos directa, más contingente en pequeñas pistas que con frecuencia conducen a sucesivas catástrofes. Todas, en realidad, menos una. Una agente de inteligencia descubre un rastro bastante vago e improbable, sobre un posible correo de Bin Laden, y decide seguirlo durante años hasta que finalmente le conduce al complejo del Sheikh en Abbotabad. El énfasis aquí está en la fe y la perseverancia puesta en una pista fortuita, una aguja en un pajar, un rastro intermitente reforzado por una información no muy fiable llegada de Marruecos. Y, muy por encima de todo, en la ingenuidad (“Si la confianza que ella demuestra tener en su propia idea es lo único que nos separa de que nos violen en una prisión en Pakistán… estamos hechos”).

Esos mismos rasgos están presentes en el Lincoln de Daniel Day Lewis, que tiene en el bolsillo el Premio a Mejor Actor aunque su rol le exija mucho menos que los de Christy Brown (Mi pie izquierdo), Paul Dano (Petróleo sangriento), o Gerry Conlon (En el nombre del padre). La película abarca desde la reelección de Lincoln hasta su asesinato, menos de treinta meses que incluyen la enmienda para abolir la esclavitud, Gettysburg y el fin de la Guerra Civil. Aquí, una vez más, se resalta la figura del self-made man, con apenas un año de instrucción formal y una extraordinaria inteligencia, derivada de largas horas devorando libros por cuenta propia. Sin mucha habilidad social, ni dotes para el discurso (su frase más recordada: “sin malicia para nadie, con caridad para todos”, está lejos de ser un punch-line), Lincoln se abre camino gracias a su perseverancia, paciencia, y una habilidad colosal para el juego político práctico (algo que, dicho sea de paso, algún corto circuito causará en el espectador venezolano).

En esa misma línea, aunque dentro de una perspectiva más romántica y en un contexto onírico, se inscribe La vida de Pi. Se trata de esa dualidad del hombre en la lucha por su supervivencia: A ratos contra todo lo demás, a ratos contra sí mismo. La crítica le ha recibido con una mezcla de socarronería y admiración, por lo que muy probablemente termine llevándose algunos premios más anodinos (fotografía, adaptación al guión, canción). En cualquier caso, resultará interesante medir el grado de penetración de eso que muchos llaman bubble-gum philosophy a través de su performance en la ceremonia de esta noche.

El problema está en que los mecanismos que están detrás de cada una de estas grandes empresas son igualmente de perceptibles y desvelan también una base subyacente común. Los buenos tienen que vencer a los malos. Para que esto sea así hace falta algo más que ingenuidad, fe, perseverancia y heroísmo. De hecho, hacen falta muchas cosas que vienen a representar todo lo contrario. Así, la estrategia de la operación de rescate en Argo está basada en una premisa: Si se logra posicionar la idea de una película absurda filmada en Irán en los medios norteamericanos, se crearía una realidad que ya luego sería fácil de vender a los iraníes. Aquí el rol de los medios en la materialización de una realidad ficticia tiene un papel secundario, pero dentro de una audiencia como la nuestra produce cierta resonancia imposible de ignorar. Luego están las torturas despiadadas, los procedimientos bastante controversiales de sacar información a los detenidos (ahogamiento simulado) de La noche más oscura. Aquí también, una vez que Maya (Kathlen Bigelow) identifica el lugar donde se presume (60%) que vive Bin Laden, su única obsesión es “soltar una bomba en el complejo y acabar con él de una buena vez”. Esto, claro está, después del minuto inicial en blanco y negro que muestra en rápida sucesión escenas de las víctimas del 11/09 se hace mucho más digerible, necesario, acaso también justo. Algo similar ocurre con Django desencadenado, una película cuya moraleja esencial es que mientras más se disfrute la violencia, en esa medida se es más efectivo en el uso de la violencia como herramienta de justicia.

Quizás en ningún lugar sorprenda más este otro set de rasgos del anti-héroe que en Lincoln, porque es allí en donde uno menos esperaba encontrarlos. Lincoln considera la esclavitud inmoral, pero también es un elemento esencial para asfixiar la economía de los confederados, conformada por plantaciones dependientes del trabajo de esclavos. El Presidente exhibe esa misma paciencia y parsimonia que le caracterizan cuando se trata de dejar caer 170 bombas por minuto en un puerto del Sur, fortaleza de la resistencia. La película lo presenta sin romanticismo, utilizando y abusando de sus poderes especiales y comprando votos con estrategias muy cuestionables, que ejecuta a través de un equipo de villanos que mantiene clandestino y a los que realizará una sorpresiva visita unas noches antes de la votación de la enmienda.

En cierta forma uno agradece que el cine norteamericano se haya salido un poco del optimismo ingenuo del que nos ha provisto a manos llenas y haya decidido presentar sin romanticismos esa otra perspectiva. Para imponer el bien y la virtud, a veces hace falta mucho más que ingenuidad, fe, perseverancia y valentía. Hace falta ejecutar acciones que comprometen algunos de los valores más altos que fundamentan esas virtudes. Y qué difícil es encontrar ese equilibrio.

Disponible en:
http://www.eluniversal.com/opinion/130224/la-acade…

Miguel Ángel Santos

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