Mi última contribución para este diario la redacté en la sala de recepción de emergencias de la Clínica El Ávila. En ese ambiente, escribir se me presentó como la única fórmula disponible para engañar al tiempo y conjurar la sordidez común a todos estos lugares. Y así fue. Terminada mi nota sobre el todopoderoso Bono del Sur, hechos los recortes y ediciones de rigor, volví a consultar el reloj. Habían transcurrido más de tres horas. Para ese entonces, la sala ya se encontraba totalmente colapsada. Allí estaban hacinados, en rápida sucesión, la mamá de una joven empleada del BCV, con una evidente baja de tensión; un deportista, con una posible fractura, y también un señor que había tenido a bien ingerir diez píldoras de Lexotanil. Estaban también familiares de otros heridos llegados ya no a pié, sino vía ambulancia, a la misma emergencia. Media hora más tarde el médico de guardia me informó: “Mire amigo, lo suyo todavía no es una emergencia… aquí estamos colapsados… Desde hace meses están ocupadas todas las camas del edificio principal y se empezó a hospitalizar gente en estos cubículos, y ya sólo quedan dos para atender emergencias, que están ocupados, y siguen llegando heridos. ¿Por qué no trata de ir a otra clínica?”
Unos días después, conversando con varios doctores, supe que esa es la situación en todos los centros de salud privada de Caracas. Todas las camas se encuentran ocupadas, las emergencias están operando a plena capacidad, la demanda tanto de citas médicas como de servicios de emergencia sigue creciendo. Los principios básicos de la economía le están pasando factura a nuestro sistema de salud.
¿Qué tienen de diferente la industria de servicios médicos privados y la de vehículos? ¿No son estas mismas colas, por escrito y con menos urgencia, las que hace falta hacer para poder adquirir un vehículo? Ese boom de demanda impulsado por la afluencia relativa de ingreso (no de producción), sin inversión, provoca una escasez que no hace distinciones de industria, condición económica o gravedad.
En este caso particular, algunos doctores coincidieron en señalar que el colapso de las emergencias privadas no es un fenómeno gradual sino puntual, comenzó a ocurrir desde principios de este año. Esa característica nos ayuda a descartar los excesos de liquidez y el crecimiento poblacional como posibles explicaciones (el colapso habría sido más gradual). Una causa citada con frecuencia entre quienes conocen el área es la última negociación de contrato colectivo de empleados públicos, en donde se incorporaron a las pólizas de seguros más de medio millón de personas y se ampliaron los límites de cobertura.
Este hecho en sí, en mi opinión, es bastante positivo. Después de todo, para emergencias no hay nada barrio adentro, todo está barrio afuera. El gobierno subsidia la demanda de servicios de salud, que termina siendo atendida por el sector privado. Ahora bien, la verdadera miopía e irresponsabilidad consiste en no haber previsto cuáles eran las condiciones necesarias para el incremento de los centros asistenciales. Visto así, al igual que en otras áreas, el colapso era sólo una cuestión de tiempo. No todos somos Jorge Rodríguez. No fue contigo, esto nos está pasando a todos.
Miguel Ángel Santos