La viabilidad política es un elemento clave dentro del proceso de reforma profunda de la economía que requiere Venezuela. Esa viabilidad suele ser función de cómo se produce el desenlace en el período inmediatamente anterior. Las grandes reformas de economías institucionalmente caóticas se produjeron luego de sendos episodios de escasez e hiperinflación. Ese rasgo, la catástrofe, abre la vía para la reforma a través de dos canales: Deposita la mayor parte del costo político de la reforma en el régimen anterior y estimula a un cambio en los hábitos de las personas. Según esta línea de ideas, octubre era uno de los peores momentos para ganar una elección.
Veamos el primer canal. Sólo han hecho falta cinco meses para ver las consecuencias de los desmanes políticos en que incurrió el gobierno para garantizar su victoria electoral. En esos cinco meses el valor del bolívar en el mercado paralelo se depreció 61%, 32% en el mercado oficial. La inflación anualizada de los últimos dos meses es de 49%. La escasez saltó de 13% a 21% (y todo antes de la eliminación del SITME). Aún así, el déficit de 18% del PIB con el que cerró el año pasado está lejos de ser cubierto, por lo que serán necesarios aumentos del IVA, un impuesto a las transacciones financieras, e inclusive un posible aumento en el precio de la gasolina. Todas estas medidas generarán una suerte de efecto Nixon en China y harán parecer a cualquier cosa que ensaye una nueva administración no sólo comparativamente menos costosa, sino también necesaria.
El segundo canal, los hábitos, preocupa bastante más. Ya lo decía Alfred Marshall: “el problema de los economistas es que atribuyen a las fuerzas de oferta y demanda una mecánica regular que va mucho más allá de la que en realidad tiene: No se dan cuenta de que ambas dependen de los hábitos de las instituciones e industrias”. Y nuestros hábitos tras este largo período de estancamiento (que comienza en 1977 y se ha acentuado desde 1998) son terribles. La rentabilidad no ha sido una consecuencia de la productividad, sino de la capacidad de capturar rentas a través de cupos RECADI, OTAC o CADIVI, de aprovechar las barreras de entrada y los períodos de apreciación para importar barato y vender caro. Los salarios vienen protegidos por ley, una especie de derecho adquirido que ha provocado un ausentismo laboral sin precedentes. Más general aún, se ha instalado en el consciente colectivo el rol del Estado que todo lo puede y todo lo provee, con algún efecto nada despreciable sobre la moral, autoestima y aspiración de independencia de nuestra fuerza laboral. Esos hábitos, sin duda, son consecuencia de un conjunto de incentivos. Y esos incentivos pueden cambiar. Hace falta un nuevo contrato social. Pero ha pasado mucho tiempo, no será fácil. Para volver a Marshall: “No hay nada con mayor capacidad para formar el destino de un hombre que los pensamientos, sentimientos y acciones que resultan de su ocupación diaria”. Nosotros llevamos ya demasiado tiempo ocupándonos de cosas muy poco productivas. Esa es parte del éxito político de la revolución: Ponernos a hacer de forma eficiente cosas que no necesitarían ser hechas del todo. Y parte esencial de lo que tenemos que cambiar.
Miguel Ángel Santos