La revolución perdida

La revolución perdida

El Universal

Hace pocos días llegó a mi buzón electrónico uno de esos estudios de opinión que circulan ampliamente en Venezuela, con frecuencia cada vez mayor de nombres indescifrables, a ratos también de mal gusto. Y sí, para una de las pocas cosas que da el mercado venezolano es para hacer encuestas. Tengo para mí que las encuestas se han convertido en una suerte de jeringa en las venas de un segmento de la sociedad que siente que ya lo ha intentado todo, elecciones, guarimba, golpes, paro nacional, abstención, vuelta a elecciones, y así. La realidad se nos ha ido volviendo circular e inefectiva, y ante la ansiedad que trae consigo el destino no controlado se ha promovido la ilusión de control, el horóscopo de lo concreto, los números, la palabra del que promete y se erige en el intérprete de nuestras posibilidades.

No se me malinterprete, encuestas en éste país hubo siempre, pero rara vez provocaron esa secuencia repentina de ansiedad, éxtasis, paranoia y posterior paralización que caracteriza el proceso de nuestros días. A ratos se me ocurre que en nuestra circunstancia actual la productividad marginal de las encuestas se aproxima ya a cero, si no negativa. Uno las vuelve a leer una y otra vez con esperanza de encontrar allí algo distinto, pero sin hacer nada por provocar esa distinción. Esta rutina se me asemeja a las crónicas de fútbol que solía leer de pequeño, una y otra vez, tratando de imaginarme las jugadas allí descritas en detalle y de fantasear con que en alguno de aquellos giros, una pelota al palo, un penalti a poco del final, terminara por cambiar el rumbo de lo que ya había ocurrido. Se trata de qué vamos a ser capaces de hacer con esa realidad, más que de sentarse a esperar que tome un giro inesperado, fotografiado en el último “campo” de opinión.

Me explico. Las encuestas, independientemente de su orientación, coinciden desde hace tiempo en un set de parámetros. La población, en su inmensa mayoría, ha sido embargada por la decepción y la desesperanza. La realidad económica de todos los días, la caída del salario, ausencia de trabajo formal, la inflación y la escasez, han terminado por dar al traste con el paraíso perdido prometido por la égida chavista. Se ha creado un enorme vacío político, porque esa esperanza que sí fue capaz de despertar la revolución, ese reconocimiento a los males de las mayoría, llegó con una batería de remedios totalmente equivocados. Ese enorme vacío no ha sido llenado por nadie, una amplia mayoría de la población desconfía por igual de nosotros (quiero decir, de nosotros como oposición) y del gobierno; acaso algo más en ellos, pero en ningún caso significativo.

Esa circunstancia se me antoja peligrosa, por varias razones. En primer lugar, porque existe un vacío similar al que existía en 1998, uno de esos que a Chávez le costó muy poco llenar, y que nos trajo hasta aquí. En segundo lugar, porque veo cómo se suelen pasar las páginas de esas encuestas con avidez, hasta llegar a la pregunta de “por quién votaría Ud. sí…” Ahí, de nuevo, la mayoría de las encuestas coinciden en que el gobierno caería derrotado por un amplio margen contra el “candidato genérico” de oposición. Esta realidad ha provocado una suerte de “efecto Chacao”, es decir, que la pelea es ahora entre nosotros, ellos ya están desahuciados. Como si el sólo hecho de ser una minoría política fuese incompatible con su permanencia en el poder. Por último, por la tentación de sacar una cabeza por encima de los demás, tratando de llenar ese vacío con el tipo de mensajes y cosas que se presume que todos quieren escuchar, que no es menos peligrosa. El problema está en que de tanto mirar encuestas para ver qué es lo que “la mayoría” quiere escuchar hemos terminado por perder toda noción de nuestra propia identidad; quiénes somos, en qué creemos y qué queremos hacer, cuáles son nuestros remedios.

No hay ilusión más persistente que la de pensar que esto ahora se trata de poner una mampara aquí y otra allá, de prometer una suerte de modelo socialista pero más eficiente (todo un oxímoron), de empezar a sumar las reivindicaciones que todos exigen sin contrastar en qué medida esa reclamación agregada supera la suma de lo que cada quien aporta. Es una tentación peligrosa para el día después, y para muestra uno no tiene más que mirar el botón egipcio, con la revolución estudiantil y popular ahogada bajo el dominio de una élite muy parecida a la de Mubarak, e inclusive con algunos de sus lugartenientes a bordo. Cuántas plazas, lágrimas y sacrificios perdidos. Lo nuestro no se trata sólo de traer “a la gente correcta”, de implementar estas o aquellas medidas. Se trata de una manera de vivir, de unos hábitos, y de una concepción de la relación Estado-ciudadano que se agotó y exige renovación.

Miguel Ángel Santos

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