La última batalla de Carlos Andrés Pérez (versión ampliada)

La última batalla de Carlos Andrés Pérez (versión ampliada)

La historia tiene sus ironías. A veces son apenas coincidencias, meras asociaciones libres hechas con puentes que tiende la mente entre dos sucesos no necesariamente conectados. En otros casos esas coincidencias parecieran tener vida propia, ser más causales que casuales, aparecidas allí como un fantasma que señala, que nos advierte con énfasis particular acerca de la ocurrencia de un hecho o el fin de una época. Durante los días que rodearon a la pasada Navidad, en la medida en que el ex-Presidente Carlos Andrés Pérez se acercaba lentamente a su fin, aquí en Venezuela Chávez terminaba de retocar un conjunto muy particular de leyes que efectivamente clausuran la democracia venezolana. Y uno no puede dejar de pensar que la historia le ha jugado una broma macabra al país: Dieciocho años después de aquél golpe, diecisiete después de que las élites se asomaran a aquella inmensa hoguera para atizarla con sus propias brasas, Chávez, ahora Presidente, termina de desarmar la democracia, que cae inerte casi al unísono con la última respiración de CAP. Visto así, este acto de nuestra historia culmina con un desenlace de corte shakesperiano, un final común que nos revela que en aquella pira de 1992-1993 se estaba cocinando algo mucho más grande que la propia figura de CAP, allí se empezó a consumir a fuego lento la propia democracia venezolana.

Pero no se trata de volver aquí sobre aquella conspiración y sus consecuencias. Por el contrario, más allá de la conocidísima trayectoria de Carlos Andrés Pérez, quería repasar y ordenar en mi pensamiento, haciendo uso de la disciplina de la escritura, algunos ratos compartidos con el ex Presidente. En 1995 un grupo de estudiantes de la Maestría del IESA decidimos organizar nuestra tertulia mensual con CAP. Debido a que ya para entonces tenía su casa de Oripoto por cárcel, nos trasladamos hasta allá. Tras tres horas de conversación, ya entrada la noche, el ex Presidente desapareció, dándole paso a su secretario privado Ignacio Betancourt, que nos mostró cortésmente el camino de salida. Una vez en el estacionamiento, decidí volver sobre mis pasos y entrar de nuevo en la Ahumada, ya para entonces vacía. Pasé de una estancia a otra hasta que dí con CAP en una suerte de pequeño comedor. “¿Y usted acaso se va a quedar a dormir aquí?”. Le propuse al ex Presidente que un grupo más pequeño de estudiantes, que hacíamos en IESA la extinta concentración en Políticas Públicas, estábamos interesados en asistir una vez al mes a conversar con él. ¿De qué? De lo que nosotros hacíamos, del país, de la escena internacional, o de lo que fuere, a fin de cuentas CAP era un personaje que se sentía cómodo en cualquier terreno, pero a diferencia de otros, esa comodidad derivaba de su amplio conocimiento de la escena mundial y no de la ignorancia absoluta de su propia ignorancia. “Ustedes serán Master en Políticas Públicas, pero yo soy doctor en ciencias generales”.

En ocasiones a estas reuniones nos acompañaban ex Ministros de CAP o profesores del IESA. Tengo atesorado en mi recuerdo esa rápida de sucesión de imágenes y sonidos, Juan Carlos Navarro, Miguel Rodríguez, Julián Villalba estaban entre los que nos acompañaban habitualmente. A veces en medio de una de esas reuniones entraba Ignacio Betancourt y nos mostraba, entre nervioso y apenado, la salida. En una de esas ocasiones, mientras salíamos por un lado, alcanzamos a ver entrar al escritor mexicano Carlos Fuentes. En todas aquellas visitas que hicimos a la Ahumada en el transcurso de algo más de un año, el rasgo que más me llamó la atención de CAP era su carencia de resentimientos. Miguel, con el carro estacionado en 1993 y los rencores vivos, solía recordarle que ese precisamente era el rasgo que había dado al traste con su Presidencia. La presunción de buena fe lo llevó a renovar la Corte Suprema de Justicia y a nombrar a un conjunto de magistrados que acabarían por ceder a las presiones de las élites. Ese tenderle puentes a gente que consideraba valiosa independientemente de su pasado. El caso más resaltante fue el de Ramón Escovar Salom, a quien CAP nombró Fiscal General a pesar de una vieja rencilla ocurrida durante su primera Presidencia, y quien terminaría por enjuiciarlo para cobrar venganza. Este triste personaje había esperado por esa oportunidad durante casi veinte años, y no la dejó escapar.

Habría muchas cosas más que decir sobre CAP, pero la mayoría ya han sido expresadas durante la última semana por personajes de mayor estatura en todas partes del mundo. Leyendo todas esas reseñas internacionales en el aeropuerto de Barajas me dí cuenta de que hacía muchos años, ya no sabría decir cuantos, que el reconocimiento mundial hacia un personaje de nuestra política no me hacía sentir tan orgulloso de ser venezolano. Gracias a CAP por los buenos momentos. La historia no sólo lo absolverá, sino que además lo reivindicará como uno de los pilares tempranos de una democracia para la que parece que aún no estábamos preparados.

Este artículo es una versión ampliada del publicado en El Universal, 31/12/2010

Miguel Ángel Santos

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