Lecciones mal aprendidas

Lecciones mal aprendidas

El Universal

Es igual de malo no aprender del pasado que aprender las lecciones equivocadas. De eso se trata la vida y de allí deriva la importancia del buen juicio: Contrastar las condiciones que rodearon a cierta experiencia con las de otras situaciones similares, y concluir si aquello que se aprendió sigue siendo válido, si sigue teniendo sentido. Tengo para mí que existen varias experiencias nuestras de las que hemos mal aprendido, de las que derivamos algunas máximas que mantenemos forjadas en hierro y que nos tienen amarrados sin margen de maniobra.

La primera está relacionada con el aumento en los precios de la gasolina. Cada vez que surge este tema sale algún resabido, levanta el entrecejo y el índice de la mano derecha, y mirando con aire grave alrededor advierte: “¡Mosca con ese tema! ¡Que no salga de aquí! ¡Acuérdense de lo que le pasó a Pérez!”. Y uno no puede menos que maravillarse acerca de ese caprichoso prodigio que es la mente humana. Es decir, veinticuatro años después, la mayoría sigue asociando el Caracazo de 1989 al aumento de un mediecito mensual en el precio de la gasolina anunciado veinticinco días antes. Para las nuevas generaciones de venezolanos: por esas cosas nuestras, un medio de entonces no era la mitad de un bolívar, sino más bien un cuarto. Es decir, veinticinco centavos, en una época en que el dólar se cotizaba a treinta y siete bolívares.Desde aquél entonces han pasado muchas cosas, pero nuestra mente sigue anclada allí. No importa que la investigación periodística haya dado al traste con la improbable espontaneidad de aquél episodio de saqueos. No importa que se haya documentado ampliamente el hecho de que, al igual que los sangrientos golpes de estado de 1992, se planificaron con años de antelación. Y menos aún importa que algunos años después Rafael Caldera haya decidido subir el precio de la gasolina, según el octanaje, entre 300% y 500%, sin que aquí se moviera una hoja. No. Nosotros seguimos anclados en 1989. Como consecuencia de nuestro anclaje, hoy en día el subsidio a la gasolina, que va certeramente dirigido ala clase media alta, supera el presupuesto conjunto de salud y educación del gobierno central. Es difícil, y mire que tiene competencia, conseguir una aberración mayor dentro de ese enorme despropósito que es la economía venezolana de nuestras días. Y sin embargo muchos le encuentran mérito “político”, anclados en esa asociación aumento de gasolina=Caracazo que desafía cualquier análisis lógico.

La segunda lección mal aprendida tiene que ver con las concentraciones populares (marchas). Todos tenemos claro lo difícil que le ha sido a la oposición venezolana volver después de los desatinos de 2002 y 2003.Los sucesos de abril de 2002 y la huelga general de finales de ese año atornillaron a Chávez en el poder y nos condenaron a atravesar un largo desierto del que apenas ahora empezamos a salir. De allí ha resultado una cierta aversión a las concentraciones populares como mecanismo de protesta. De hecho, ocurre algo muy similar a lo del aumento de la gasolina. Cuando se discute si conviene aumentarla protesta de calle como mecanismo de presión, cada vez es más frecuente la mención a los sucesos de abril: “¡Mosca con otra marcha sin retorno!”. Y durante un tiempo estuvo bien. Las consecuencias de otro yerro de la magnitud de aquél son tan colosales que bien vale la pena mantener la probabilidad en el mínimo. Ahora bien, asociar toda protesta callejera con la posibilidad de una marcha a Miraflores o un golpe militar, es también restringir notablemente nuestro margen de maniobra. El liderazgo de la oposición tiene la responsabilidad y la obligación de subir la presión para obligar al gobierno a reconocerlo, pero ala vez mantenerla lejos de los puntos extremos a partir de los cuales se devuelve en su contra.

La oposición venezolana no tiene armas, ni violentos. Ahora tampoco tiene medios de comunicación, ni tampoco cuenta con mucho dinero. Si algún chance tenemos, está en capitalizar gradualmente en elecciones el descontento popular por la crisis económica. Para alcanzar eso, hacen falta mejores condiciones. Y para negociar mejores condiciones electorales; es necesario elevarle el costo al gobierno de no sentarse a negociar. La oposición venezolana de hoy no cuenta con los medios de aquella otra de 2002. Como bien me advertía alguien esta semana en Caracas Chronicles, la Coordinadora Democrática era un borracho con una bazooka; la MUD es un francotirador desarmado. Pero también es verdad que la calidad y credibilidad del liderazgo de hoy es muy superior a aquél, que Maduro no es Chávez, y que esta vez es muy poco probable que el petróleo o algún artilugio cubano (las Misiones) puedan sacar al régimen del atolladero.

Disponible en:
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Miguel Ángel Santos

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