Los audios, la política y la generación boba

Los audios, la política y la generación boba

El Universal

Por estos días todos los audios, videos, filtraciones y saltos de talanquera con que nos han obsequiado copiosamente el gobierno y la oposición me han hecho pensar mucho en aquella idea de la “generación boba”. La entonación, las voces firmes, las cantidades de dinero manoseadas de forma vulgar y traídas a colación sin ningún pudor, vienen a confirmar algo que ya sospechábamos desde hace tiempo. Aquella forma de hacer política de AD-Copei que a muchos de nosotros nos taladró el entusiasmo y nos mantuvo alejados de los partidos, ha sido sustituida por otra cosa mucho peor. Nuestra reacción de entonces, que consistía en un vago “esperar nuestra oportunidad”, como si estuviésemos frente a un proceso aleatorio que en algún momento alumbraría “las condiciones apropiadas”, ha terminado por engendrar algo muchísimo peor. Esta realidad ha traído un conflicto existencial a los miembros de aquella generación boba. Todo ha sucedido según la vieja máxima de Horacio: “Nuestros padres, peores que nuestros abuelos, nos engendraron a nosotros aún más depravados y nosotros daremos una progenie todavía más incapaz”. Va mucho más allá de la idea de García Márquez de las realidades circulares. De cierta forma es como si esos círculos fuesen unos espirales descendientes. ¿Y ahora qué hacer?

La generación boba fue una suerte de frase-cliché acuñada por Edmundo Chirinos en 1984, cuando Edmundo Chirinos todavía era Edmundo Chirinos, no el delincuente bajo régimen de casa-por-cárcel (si a ver vamos, la inmensa mayoría de los venezolanos pasa buena parte de sus días bajo ese régimen). Dado que hablaba desde su posición de rector de la UCV y hacía referencia a los estudiantes de entonces, cabe suponer que los exponentes de aquella generación vendrían a tener ahora entre 37 y 43 años. Esa cohorte fue sacudida en la asombrada hora de su adultez por El Viernes Negro de 1983, la rebelión del Caracazo en 1989, los golpes militares del 4 de febrero y 27 de noviembre de 1992) y la crisis bancaria propiciada por la administración Caldera (me adelanto a los que pudieran tener a bien escribirme para manifestar su opinión: considero este último hecho de igual o mayor gravedad que cualquiera de los anteriores).

Esta rápida secuencia produjo diferentes tipos de reacciones, la mayoría de las veces dominadas por la apatía, la pérdida de fe en las propias posibilidades. Tengo para mí que es aquí, en nuestra forma de reaccionar a lo que ocurrió, en donde residió la verdadera “bobería”. No estaba en las excesivas horas frente al televisor (“la droga que se enchufa”), a las que se refería el psicólogo-filósofo hoy devenido en convicto (toda una metáfora). Estuvo, está, en la desesperanza.

El nuevo régimen se apresuró a institucionalizar lo que antes ocurría bajo la mesa y a traerlo, relativamente, a la vista de todos. La eliminación del financiamiento público de los partidos políticos y los numerosos procesos legales a organizaciones de la sociedad civil por recibir dinero del exterior (“traición a la patria”) dejan muy pocas opciones. El gobierno, sin ninguna vergüenza, utiliza para su campaña los fondos públicos, los días de sueldo que deduce bajo amenaza a sus empleados, los diezmos y comisiones que cobra en sus numerosas dependencias. La oposición, mientras tanto, se financia con una mezcla de fondos que desvía de sus escasas alcaldías y gobernaciones, y con aportes del sector privado (o lo que va quedando de él). Esto último, aunque todos sabemos que ocurre, sigue siendo perseguido y denunciado en el aparato de propaganda del Estado. Es decir, ocurre como en aquella fábula rusa en donde un preso mugriento y maloliente que huye de la justicia, se desvía significativamente de su curso porque no tolera la visión de un cisne blanco en una laguna, se acerca para ensuciarlo de barro (“ahora no se puede decir que estés más limpio que yo, ni yo más sucio que tu”). Estamos todos en medio del lodo, todos hemos hecho algo; perdida completamente las nociones del bien y el mal, impuesta la figura del mal necesario.

En estas circunstancias, la muerte del líder ha venido a quebrar el ánfora de Pandora. Tengo la impresión de que, al igual que ocurriera en Perú con los videos de Vladimiro Montesinos, lo que hemos visto es apenas el comienzo. En algún momento este proceso decantará, en algún próximo giro este largo corredor devendrá en alguna estancia. No tiene sentido perder la esperanza. Ese es el objetivo de quienes sueltan a esos cuervos: mantenernos lejos. Como en el cuento de Dickens, algunos miembros de la generación boba despiertan ahora del sueño y se dan cuenta de que todavía puede ser Navidad. No nos podemos volver a dejar vencer por lo convencional.

Miguel Angel Santos

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