Los escuadrones de la distorsión

Los escuadrones de la distorsión

El Universal

Los escuadrones del abastecimiento están conformados por un miembro del SENIAT, un militar, un diputado, y otro personaje de procedencia desconocida, al que los demás llaman “jefe” (a veces “profesor”). Se dan a la tarea, “por orden directa del Comandante”, de visitar a las empresas que producen bienes escasos, cuyos precios están regulados. Son la punta de lanza de la estrategia del gobierno para devolver esos bienes a los anaqueles, pero eso sí: Sin subir los precios regulados, sin promover la inversión privada, y procurando no recurrir a mayores importaciones.

El escuadrón llega siempre con actitud altisonante y no hace referencia a aspectos específicos; inicia un circunloquio acerca de la revolución, el imperialismo, o la dignidad nacional. Se conduce con soberbia, con un sentimiento de superioridad sustentado a partes iguales en el poder y en la propia ignorancia. Tratan de convencer a quienes se les haya concedido el dudoso honor corporativo de recibirlos, de que la empresa debe ponerse del lado de la revolución y no del imperio, cualquier cosa que eso signifique. Preguntan a los anfitriones qué carros tienen, dónde viven, y sonríen de forma socarrona, quién sabe si con envidia o con condescendencia, acaso con complicidad, como si ese vehículo y esa vivienda fuesen cortesía de la revolución y no del trabajo. Es decir, juzgan a los demás por su propia condición.

He escuchado muchas veces esta historia, con pocas variantes. Después de un día, a veces dos, de visita, el escuadrón se retira satisfecho. Típicamente se impone una multa del SENIAT, y eso sí, “cuidado porque la ley me faculta de ponerte una por el doble de ese monto”. La Ley Orgánica del “si me da la gana”.

El escuadrón no tiene idea de las atroces distorsiones de las que se hace cómplice con ese sistema productivo “policial” que se pretende imponer. Esas empresas tienen bienes con precios controlados, cuyas pérdidas más que compensan subiendo el precio de los no-controlados, o creando presentaciones distintas del mismo producto.

Por un lado, los precios de esos bienes no-controlados suben bastante más que la inflación, los costos y gastos a veces en línea con la inflación o aún menos (muchos tienen divisas oficiales para importar insumos). Eso da lugar a utilidades en bolívares cada vez mayores, que en el caso de las empresas transnacionales se repatrían vía dividendos al exterior a tasa oficial. De acuerdo con el BCV, en el año 2007 la acumulación neta de activos privados en el exterior fue de 16.477 millones de dólares. ¿Qué representa esa cifra? La mitad de nuestras reservas, tres veces más que todas las importaciones de alimentos del año, y más de 25% de las exportaciones petroleras.

Por otra parte, se ha creado un apartheid alimenticio, porque los bienes no controlados se encuentran con mayor facilidad en los anaqueles, pero están cada vez más lejos del alcance (en términos de poder adquisitivo) del consumidor. Así, se le ha dejado a la población la incómoda elección de consumir más de un producto básico, cada vez más difícil de conseguir, o bastante menos de su contrapartida “premium”, que está ahí al lado, en el anaquel, a la vista de todos.

Miguel Ángel Santos

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