¿Ni una dieta más?

¿Ni una dieta más?

El Universal

Para quien quiera que haya aconsejado la implementación de un paquete de medidas que ayudaran a aterrizar nuestra desbocada economía, los resultados no han podido ser menos alentadores. Es decir, lo levantaste a trotar cinco kilómetros todas las mañanas, le serviste de desayuno y cena cereal sin azúcar y leche descremada (suponiendo que la encontraste), le eliminaste las comidas entre comidas, los dulces, las grasas, las fritangas, y seis meses después continúa engordando.

Entre noviembre y mayo el gobierno se ha dado a la tarea de vender dólares en el mercado paralelo, reduciendo la cotización en 47%. Liquidó activos públicos y, aún más, se endeudó (al mejor estilo de Luis Herrera) para ceder dólares al sector privado. Todo esto a través de un mecanismo ingenioso que disfraza la pérdida patrimonial causada por la inversión en bonos soberanos de otros países latinoamericanos. La liquidez se mantiene estancada (ha crecido 1,2% en 2008). El sistema de encajes incrementales le ha puesto un freno al crédito, subieron las tasas de interés. También se ha notado cierta moderación en el impulso fiscal, algo difícil de predecir ante la inminencia de unas elecciones regionales que el gobierno se empeña en convertir en plebiscito. El crecimiento de la producción y del consumo se ha desacelerado. Todo un soft-landing a-la venezolana.

Y he aquí que, tras ese enorme esfuerzo, la inflación sigue subiendo: 29% en los últimos doce meses a nivel del consumidor y 43% en alimentos. Peor aún, 28% para el 25% más rico de la población; 33% para el 25% más pobre. ¿Y entonces? ¿No era la inflación un fenómeno monetario? ¿Por qué no cede?

Por (al menos) tres razones. Durante los cinco años previos el crecimiento de la liquidez ha sido brutal: 58%, 48%, 52%, 70% y 29%. Ese es un fenómeno económico interesante que amerita más investigación: ¿Por qué esa enorme inyección de circulante no se tradujo en una mayor inflación? Más allá de la respuesta, una fracción de esta inflación de hoy está sustentada en la expansión monetaria de ayer.

En segundo lugar: No se puede hablar de inflación sin hablar de oferta, de productores, de inversión, de clima de negocios, de empleo productivo (aunque bastante que han tratado). Ahora se anuncian nuevas reuniones con el sector privado, se hacen llamadas de cortesía desde el despacho de la Presidencia, se procura un acercamiento. El problema está en que, como diría Javier Marías, el gobierno lleva sus probabilidades en sus venas. Mucha necesidad, mucha urgencia, y muy poca convicción. Y eso nos lleva a la tercera razón: Las expectativas. En economía (y en muchas otras áreas), el problema está en que aún haciendo las cosas bien, si no te creen no da resultado. Y aquí conviven la política monetaria restrictiva con la metralla diaria de declaraciones y actuaciones que deterioran a diario las pésimas expectativas que ya de por sí existen alrededor de la economía (con todo y el petróleo a 115 dólares).

El segundo semestre será interesante. El gordo se está hartando de los sacrificios de la dieta sin resultados. Lleva sus probabilidades en las venas. Cada subida a la báscula es una nueva interrogante. Las elecciones cada vez están más cerca.

Miguel Ángel Santos

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