Nunca se hizo tan poco con tanto

Nunca se hizo tan poco con tanto

El Universal

Hay ratos en los que parece mentira que hayan transcurrido ya diez años. Uno se da cuenta de repente en el medio de una conversación, por algún detalle inofensivo, o cuando se pone a contarle su propia experiencia a alguien ajeno a la realidad venezolana. En esos momentos surge una lucidez única, uno se redescubre a sí mismo, se empieza a acordar de todo como si estuviera viendo la película por primera vez. Fuera de ese brevísimo fulgor, lo que predomina es una especie de sordera cotidiana. Las cosas continúan sucediéndose, cada vez más insólitas, cada vez más absurdas, y nos sorprenden cada vez menos también. Es una especie de anestesia. Como escribe Milán Kundera, “la realidad no se avergüenza de repetirse; el pensamiento, ante la repetición de la realidad, termina siempre por callar”.

En ningún lugar esa realidad se ha repetido tantas veces como en la economía. Uno se confunde con el retroceso político y piensa que también en economía nos están sucediendo cosas insólitas, pero no es así. Unos metros más debajo de ese oleaje diario se encuentra las mismas limitaciones de siempre, serenas, imperturbables, mecidas a ratos por los vaivenes de la renta petrolera. Es por eso que a la economía venezolana conviene estudiarla a través de períodos amplios, de promedios de largo plazo. En ese sentido, los primeros diez años ofrecen una oportunidad extraordinaria. En términos generales, y aislándonos por un momento de la extraordinaria bonanza petrolera, el período 1999-2008 ha sido mejor que los veinte años que lo precedieron (1979-1998), pero palidecen al lado de los resultados registrados entre 1959-1978. He dividido nuestros cuarenta años de democracia en dos períodos de veinte a fines ilustrativos, no porque considere al primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, el más parecido a Chávez de todos, dentro de una era gloriosa digna de evocar.

Según se insiste en las comunicaciones y encartes que el gobierno ha puesto a circular en los periódicos, nuestro producto interno bruto, la suma de los bienes y servicios que somos capaces de producir en un año, es ahora 37% mayor que en 1998. Cierto, pero también la población es 20% más grade, lo que resulta en un crecimiento por habitante de 15% en una década, un promedio anual equivalente a 1,4%. Esa cifra es mayor que el -0,9% registrado en los veinte años previos (1979-1998), pero está por debajo del 2,1% registrado entre 1958-1978.

En materia de inflación, en estos diez años el promedio ha sido 21%. Esa cifra está por debajo del promedio registrado en los veinte años previos (33% entre 1979-1998), pero no tiene nada que ver con el promedio de 3,5% registrado entre 1959-1978. Algo similar ocurre con la devaluación del bolívar. Si se mide por la tasa oficial, en estos diez años nuestra moneda se ha devaluado 281%, poco más de 14% anual. Si se mide a través de la tasa paralela, la devaluación entre 1999-2008 totaliza 839%, equivalentes a 25% anual. Esa cifra está muy cerca del 28% anual registrado entre 1979-1998, a años luz del 1,4% anual registrado entre 1959-1978.

Ese contraste sirve también para descubrir uno de los rasgos más característicos de la política económica venezolana: En todos los períodos los promedios de largo plazo de inflación superan a la devaluación oficial. Esta es situación empezó a presentarse en el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez y ha prevalecido desde entonces: Se promueve el consumo de importaciones baratas en términos relativos, rezagando la tasa de cambio para reducir la inflación, y cubriendo el déficit comercial que una política así produciría en cualquier otro país, con las exportaciones petroleras. Bastante popular: Dólares baratos, más consumo, menos inflación. Una receta atractiva a la que no se han resistido ni aún Chávez y su revolución socialista (él menos que nadie).

El problema está en que esa secuencia destruye el empleo y la producción nacional, no sólo el que es poco competitivo o comparativamente menos ventajoso, sino todo. Toda actividad exportadora distinta al petróleo y la minería queda así expuesta a unas condiciones de competencia, esas sí, salvajes. Por otro lado, si bien la renta petrolera es muy alta para repartírsela en el gobierno, no es suficiente para un país con el déficit de atención social que ha acumulado Venezuela. Este año, el de mayor esplendor petrolero, alcanzó un récord de 9,14 dólares por habitante por día. El que viene podría volver a la vecindad de los cinco dólares, suficientes (otra vez) para una arepa y un jugo.

Lo que resulta más difícil de creer es el contraste que existe entre los resultados de estos diez años y los recursos de los que ha dispuesto el gobierno en términos reales. En dólares de 1958, durante los primeros veinte años de democracia (1959-1978) las exportaciones petroleras totalizaron 53.780 millones de dólares y en los veinte años siguientes (1979-1998) 66.170. Apenas en los diez años que van entre 1999-2008, las exportaciones petroleras han sido 59.290 millones de dólares de 1958. Aún corrigiendo por inflación, en la mitad del tiempo este gobierno ha recibido más recursos que los primeros veinte años de democracia, y muy cerca de lo que se recibieron en los veinte años siguientes. Visto así, que el desempeño haya superado por una cabeza al período más deplorable (1979-1998), no parece ser nada de lo que tendríamos que sentirnos orgullosos. Nunca se hizo tan poco con tanto como en estos diez años.

El país enfrenta ahora la normalización de sus ingresos petroleros. Si hay algo que ha quedado claro es que la subida en los precios registrada hasta mediados de este año no era de carácter estructural, como muchos argumentaron no sólo en el gobierno, sino también en la academia. La teoría de los ciclos ha vuelto a imponerse, si bien esta vez las ondas que caracterizan los ciclos han sido un poco más amplias (al menos lo fueron en el auge, falta por ver en el declive).

No es que el petróleo se le ha vuelto a quedar pequeño a Venezuela, es que nunca ha sido suficiente. Eso es tan cierto para nosotros como lo ha sido para el resto de América Latina con sus principales productos de exportación. A los que mejor les ha ido han reconocido ese hecho y han aprovechado el período de bonanza para promover la inversión directa, nacional y extranjera, y tratar de diversificar sus economías. Nosotros seguimos anclados ahí, en el petróleo. Mientras todos hacen planes de contingencia para sacar a sus naciones adelante, para reducir el impacto y compensarlo por la vía de la inversión privada, nosotros seguimos mirándonos el ombligo y repitiendo, mero wishful thinking, que esto es temporal y los precios volverán, no a su promedio real histórico, sino a donde estaban en el punto más alto del ciclo. Esa es la planificación para nosotros, cruzar los dedos, caminar por las calles llenas de huecos y de basura, pedir un marroncito, e insistir en que sí, en que parece que ahora sí es cierto que la compañía bananera volverá a Macondo.

Disponible en:
http://www.eluniversal.com/opinion/090121/nunca-se…

Miguel Ángel Santos

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