QEPD Hugo Chávez

QEPD Hugo Chávez

El Universal

Alguna vez escuché que no duele tanto que las cosas se acaben como que se hayan ido acabando de a poco. Esta es una sensación que predomina en especial en las relaciones con ese conjunto de afectos que conforman la familia escogida, aquellos en donde voluntariamente depositamos nuestros afectos y esperanzas. Pero ese extinguirse de a poco acaso sea un rasgo evolutivo que nos lo hace todo posible, menos difícil de superar que el accidente y la desaparición repentina, menos agobiante que la amenaza del hilo que se rompe y la presencia que se interrumpe de una vez y para siempre. La muerte suele ser una de esas pocas instancias en las que existe un antes y un después, un día a partir del cual se detiene un reloj y se congelan la edad y las facciones en las fotos y videos: Los muertos ya no envejecen. Pero he aquí que, a través de una extraña suerte de juego de espejos difícil de imaginar y concebir en otras circunstancias, la partida del Presidente Hugo Chávez me deja la inequívoca sensación de haber ido ocurriendo de a poco, hasta el punto de participar en ese sentir colectivo de que el pasado martes nos han venido a decir de manera “oficial” algo que todos ya sabíamos.

También había escuchado decir que en la vecindad inmediata de la muerte surge la propia vida como una película que nos atraviesa la conciencia en rápida sucesión. Eso es precisamente lo que me ha ocurrido el martes: Una rápida sucesión de imágenes de estos catorce años que bien podrían ser organizadas alrededor de ciertos temas comunes: amenaza, temor, vulnerabilidad, cotidianeidad perdida, desalojo, indignación, impotencia, mudanza. Y he aquí que, sin embargo, estoy perfectamente al tanto de que muchos de mis compatriotas han venido a desarrollar un set de memorias muy distinto, también agrupados alrededor de ciertos temas comunes: reivindicación, protección, esperanza, solidaridad, la posibilidad de una vida dotada de significado, acceso, consumo, venganza. Y es ahí, en ese eje que atraviesa el país, en donde encuentro la principal herencia de Chávez, su verdadero y único legado. Para ponerlo en palabras de Amartya Sen: Nadie está dispuesto a defender un sistema del que no deriva ningún beneficio.

Tengo para mí que esa gradualidad que nos hace posible la superación de la tragedia se impone más adelante también, pero del lado bueno: Una vez dobladas las banderas, retiradas las cornetas y las cintas, empezará la recuperación. Alguien me decía hace poco en un café de Berlín que en ese proceso se tiende a subestimar la importancia de las pequeñas mejoras, o como decía Einstein, el poder del interés compuesto. Ese muy probablemente será el signo en nuestro caso. Qué tan tolerable resulte ese nuevo comienzo depende en buena medida de los herederos políticos del Presidente: Ya para estas alturas debería ser evidente que la imposición de esa agenda política y social sin su liderazgo colosal es prácticamente un imposible. Nuestra paz y su propia existencia política dentro de la Venezuela post-Chávez dependen de qué tan rápido consigan asimilar esa idea. Que descanse en paz Hugo Chávez, él que tan poca paz y tan poco descanso trajo a unos y a otros mientras estuvo entre nosotros.

Miguel Ángel Santos

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