Es temprano aún para decretar la muerte del dólar paralelo. Hasta aquí lo que ha ocurrido es apenas un breve experimento, apenas unos días de transacciones a través de casas de bolsa y banca pública, que han resultado en una tasa de cambio oficial de 174 bolívares por dólar. Vaya usted a saber cuánto se ha transado en ese mercado. La de estos últimos veinticuatro meses es, sin ninguna duda, la devaluación más acelerada de nuestra moneda en la historia. Y aún así, podría quedarse corta.
Y es que el problema está en que devaluación no genera dólares. El aumento de la gasolina tampoco. La devaluación sí tendrá un impacto colosal en el precio relativo de los bienes, lo que se traducirá en un movimiento similar, pero en dirección contraria, del consumo y de la producción. Y es que hasta lo poco que se produce en Venezuela, tiene un fuerte componente de bienes intermedios importados.
El gobierno ha hecho el ajuste de la tasa de cambio de la peor manera posible, de una forma que nos obliga a cargar con las peores consecuencias sin ser capaz de cosechar ninguno de los beneficios. ¿Para qué hacerlo difícil si se puede hacer imposible? En primer lugar, ha mantenido la tasa de cambio de 6,30, casi treinta veces menos que la tasa resultante en el mercado “marginal” durante la semana pasada. Maduro ha insistido que el gobierno garantizará 8.000 millones de dólares para esa gaveta. Se ha mantenido también, al menos en nombre, el SICAD, 12 bolívares por dólar. El problema está en que con tan pocos dólares no alcanza para todos, de manera que por abastecer estas dos el gobierno se queda sin recursos para ofertar en el mercado “libre”.
Eso ha provocado que la devaluación del bolívar se haya disparado muy por encima de lo que cabría inferir cuando se evalúan los precios relativos. Si a 6,30 éramos la economía más cara del mundo, a 174 somos una de las más baratas. Al haber adoptado un sistema de cambio múltiple sin dólares para oferta en el mercado libre, sin ninguna credibilidad, el gobierno provocará una aceleración de precios fenomenal, hasta que el 174 parezca razonable. De ahí pasará a parecernos una ganga.
Peor aún, al hacer el 174 legal, el gobierno ha inducido una pérdida de valor gigantesca en los balances de las transnacionales que operaban en Venezuela. Es decir, las utilidades retenidas a las tasas contables que eran oficiales ahora se diluirán en una enorme proporción. Lo que antes había que dividir entre 6, 12 o 50, ahora hay que dividirlo entre 174. Desaparece así el incentivo a mantener los bolívares, o visto de otra forma, el desincentivo que existía entre estas compañías de acudir al paralelo (tengo para mí que no tenía tanto que ver con la legalidad, sino con el mantener esas utilidades infladas en sus balances, y poder cobrar mejores bonos ejecutivos).
El problema está en que ahora esas compañías no tienen ninguna razón, léase bien, ninguna, para permanecer en bolívares. En cuanto abran las operaciones de banca privada se van a volcar sobre las taquillas para repatriar sus utilidades acumuladas en diez años antes de que sea todavía más tarde. Eso va a provocar un aumento significativo de la demanda, y es allí donde vamos a saber si el gobierno verdaderamente tiene intención de que el mercado “marginal” sea en efecto libre.
Dado que el gobierno no tiene dólares para atender esa demanda, lo que podría ocurrir es que introduzcan un pie de página aquí y otro allá, una de esas sutilezas que acaban con el mecanismo de mercado a las que ya estamos tan acostumbrados. De ser así, el paralelo volvería a ondear libre, ese sí, muy por encima del marginal.
Este ajuste cambiario, hecho a los trancazos y de la peor forma, agravará los problemas económicos de la revolución. Aunque el precio del petróleo se haya recuperado, nuestra economía ya venía pasando aceite a noventa dólares por barril (y no llegará a tanto). A los niveles de exportación y cobro actuales, nuestro déficit de divisas estaría en la vecindad de los 30.000 millones de dólares. Ahí es en donde las sillas se ponen escasas. Llegados aquí ninguna opción es indolora. Se produce un ajuste brutal en las importaciones de bienes, en la vecindad de 50%, con lo cual los niveles de abastecimiento actual palidecerían y la escasez nos podría poner al borde de una crisis humanitaria. Es eso, o dejar de pagar unos 9.500 millones de dólares en vencimientos de deuda, entre intereses y principal, que caerían entre octubre y noviembre, para comprar algunos meses. Lo que es económicamente factible en las hojitas de Excel de los analistas de las bancas de inversión (muchos de ellos, entre los más optimistas, venezolanos), podría no terminar siéndolo desde el punto de vista político. Y ya la revolución ha dado muestras de practicismo cuando se trata de poner la política por encima de la economía, como bien ha reconocido Merentes. “Políticamente, no están dadas las condiciones para la unificación cambiaria”. Es decir, Maduro no puede darse el lujo de quitarle la alfombra a quienes vienen recibiendo dólares a 6,30 y 12, porque eso equivaldría a serruchar el piso que precariamente les sostiene. A esas alturas, el verdadero mercado negro sería el 6,3, el 12, y muy pronto el 174. A su lado el paralelo, pura oferta y demanda, vendría a ser el mercado blanco.
La semana pasada tuve la oportunidad de escuchar una conversación del Ministro Rodolfo Marco Torres con “inversionistas”, organizada por cortesía de Bank of America. Ha sido un bochorno total. O bien persuadieron al Ministro de que en efecto estaba hablando con gente dispuesta a invertir y confiar en Venezuela, o él sabía que no es así y decidió seguirles el juego. Ahí habían tenedores de bonos, eso sí, de esos que vienen ganando intereses entre 24% y 50% anual en dólares, según el plazo. Torres no sabe distinguir entre esta clasificación de activos y la inversión directa, la que produce bienes, empleo, intercambio de tecnología, y eventualmente exportaciones. Así, ha caído en una serie de declaraciones que he anotado con fervor, en parte porque así me convencía a mí mismo de lo que estaba escuchando, pero también porque en el proceso de transcribir lo que oía se ha diluido en alguna medida la pena ajena.
“Yo les aseguro algo señores, Bank of America va a tener que fletar un avión enorme la próxima vez que vengan, en marzo, para que quepan todos los inversionistas interesados en Venezuela”. “Nosotros vemos el 2015 como un año sumamente prometedor”. “Vean nuestra historia. Yo soy hijo del Presidente Chávez, eso fue lo que él nos enseñó, a cumplir nuestros compromisos”. “Estoy seguro que con este nuevo sistema vamos camino a convertirnos en una potencial: La potencia Venezuela”. Todo eso, viniendo del mismo que dijo en repetidas ocasiones ya bien que “el paralelo no existía”, que era “un mercado mínimo, lleno de especuladores”, que eventualmente sería “pulverizado”. La credibilidad por encima de todo.
He ahí el detalle: El arreglo cambiario es pésimo, pero la credibilidad del gobierno de Venezuela es todavía peor. Y he allí que, tras el Ministro, intervenían los banqueros para reforzarlo, para aportar las “cifras” y los números que al titular de nuestras Finanzas no se le dan bien. No vienen a decir que el déficit fiscal nuestro roza los 20% del PIB (con el petróleo a 90). No resaltan que a la nueva tasa “libre” el salario mínimo es menos de un dólar al mes. No preguntan acerca del crecimiento en el financiamiento monetario, que tiene la inflación general en los últimos doce meses en la vecindad de 80%, y la de alimentos en 115%. No señalan el elefante blanco, el déficit de 30.000 millones de dólares, que obligaría a una reducción imposible en nuestras importaciones. No. Vienen a decir de dónde podemos sacar dólares para seguirlos lanzando a la pira de la revolución, vienen a resaltar que se puede seguir endeudando a CITGO y eventualmente venderla, que se podría emitir deuda respaldada en oro.
Es temprano aún para decir si el paralelo desaparecerá o no, si el sistema marginal (ese sí) va a ser libre o no. Lo que sí se puede decir desde ya es que la contracción del consumo, la recesión, la inflación y la escasez de estos días, van a ser apenas un pariente lejano de lo que está por venir. Con amigos así, Venezuela no necesita enemigos.
Miguel Ángel Santos