Venezuela: ¿Puede o no puede?

Venezuela: ¿Puede o no puede?

El Nacional

Me parece un hecho propicio, y de alguna manera también afortunado, que mi primera contribución en El Nacional coincida con las secuelas de mi artículo con Ricardo Hausmann en Project Syndicate acerca de los compromisos de pago de Venezuela. Debo confesar que ha despertado un interés, y por qué no decirlo, una animosidad de lado y lado, que ha superado todas nuestras expectativas. Después de todo, cuando se le lee bien, se da uno cuenta que no había allí una cifra que no sea ya pública o caliche: Vencimientos próximos de deuda, carencias de reservas, compromisos adquiridos y deshonrados del Estado venezolano y sus dramáticas consecuencias. Nada era nuevo; mucho había sido ya publicado aquí y allá por un grupo de avezados periodistas venezolanos que con aplicación artesanal se han dado a la tarea de ir totalizando las deudas por sectores.

Por disciplina intelectual he tratado de ir agrupando las respuestas y comentarios recibidos en una suerte de compartimientos mentales por origen. Y es tengo para mí que las opiniones más honestas desde el punto de vista intelectual suelen venir de quienes no tienen intereses en el asunto (monetarios, quiero decir, los del corazón los tenemos todos). No se trata de que tener deuda venezolana o el hecho de que te paguen por aconsejar a quienes la tienen inhabilite para opinar, sino más bien de que los recipientes de esa opinión conozcan los intereses directos de los que opinan y puedan utilizar esa información para juzgar por sí mismos su objetividad. Así rezan los códigos de ética de los analistas financieros y lo aconseja el sentido común.

La mayoría de las opiniones que he recibido giran alrededor de si tiene Venezuela o no capacidad para cumplir sus compromisos. Es un buen punto de partida porque de allí se abren otras avenidas que intentaré explorar en lo que sigue. ¿Tiene Venezuela capacidad de pago o no? A mí no me cabe ninguna duda de que en circunstancias normales Venezuela no tendría por qué escoger entre pagar una cosa u otra. Después de todo, el servicio de deuda todavía representa una fracción posible de nuestra alicaídas exportaciones. Pero Venezuela ya desde hace tiempo es un país en donde las “circunstancias normales” se imponen en muy rara ocasión.

Ese acaso era uno de los mensajes que pretendía dejar el particular enfoque que se le dio al artículo: La política económica de la revolución nos trajo a una situación en donde o tienes medicinas y equipos médico-quirúrgicos, tratamientos de cáncer y diabetes, café, harina o azúcar, o pagas la deuda. Y yo creo que de allí surge la única nueva información que podríamos (no estoy del todo seguro) aportar a un tenedor de bonos: Si este país ha llegado a un punto tal que, para pagarme a mí, debe poner de rodillas a treinta millones de ciudadanos, esa situación es muy difícil de sostener. Esa realidad ha dado lugar a un intenso e interesante debates en varios blogs y foros de discusión administrados y frecuentados por chavistas.

Más allá de esa consideración: ¿Tiene cómo pagar Venezuela? Los mecanismos estándares, los que ayudan a aproximar esta pregunta de manera objetiva en otras latitudes, o no apuntan en buena dirección o no existen (lo que siguiendo las premisas básicas de la teoría de señalización vendría a ser lo mismo). Normalmente nuestros pagos de deuda salían de reservas internacionales; allí ahora no hay suficiente en efectivo, a menos que salgamos a vender oro (entiendo que también están en eso). Tres días antes de nuestro artículo el gobierno creó un Fondo Estratégico para “unificar las reservas” y depósito allí unos magros 750 millones de dólares. Unos días después, alarmados por la reacción de los mercados, anunciaron que incorporarían una cifra similar, para totalizar 1.500 millones de dólares. En cualquier caso, menos de un quinto de los pagos requeridos en Octubre y apenas un diezmo de los que muchos analistas han presumido durante todos estos años.

La otra opción no está en los stocks, sino en los flujos. Ahí, tanto las manipulaciones contables que se han venido haciendo a nivel de balanza de pagos como el simple hecho de que desde el tercer trimestre de 2013 no sabemos nada de nuestras cuentas externas, no inspiran optimismo. Uno tiende a pensar que si las cifras fuesen favorables, ya habrían salido publicadas y rociadas en los medios de propaganda oficial con generosidad.

Luego está la gente que comenta que sí, que podemos pagar, pero que para eso hay que unificar el tipo de cambio, y generar un plan de ajustes tipo aumento de la gasolina, y liberación de controles precios. Esta es una opción muy interesante. Dado que el gobierno no tiene cómo cambiar expectativas, ni tampoco la capacidad, capital político, ni intención de producir un cambio en la economía, este conjunto de medidas deprimirían de manera brutal la demanda interna (terminarán por hacerlo, de una forma u otra), para abrir espacios a un superávit en cuenta corriente que pudiese ayudar a servir la deuda.

Esto equivale a decir que bajo las condiciones actuales no podría pagar sin someter al país a la escasez y miseria que hoy predomina, pero que a través de un paquete de ajustes de un enorme costo social y con muy bajas probabilidades de recuperación (ya es tarde para reinventarse) quizás podrían seguir sirviendo la deuda. Otras opciones, tales como endeudarse a tasas salvajes en dólares (12%-15%), vender petróleo a China a futuro en condiciones muy oscuras para obtener efectivo, o salir a liquidar CITGO a la carrera, se me hacen igual de inequitativas.

Nuestro artículo no recomendaba default, sólo afirmaba que de acudir el gobierno a solicitar ayuda a las instancias multilaterales, como lo han hecho otros mucho antes de llegar a la catástrofe social a la que hemos llegado nosotros, esos organismos procurarían repartir las cargas del fracaso económico de manera más equitativa. Ya ocurrió así en Ecuador y en Grecia, sólo por nombrar uno muy próximo y otro muy mentado. Un proceso de este tipo le resultaría mucho menos costoso a la república que cualquiera de las opciones que se barajan para juntar los cobres. Pero, de nuevo, nada de esto va a suceder.

Miguel Ángel Santos

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